(Getty Images)
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Una vez que Trump decidió mover la embajada de EE.UU. de Tel Aviv a Jerusalén, luego de que en los Acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos (1993 y 1995) se estableció que la decisión del destino de la parte oriental de la ciudad sería resuelta entre las partes en conflicto, su país dejó de ser neutral para la Autoridad Palestina.

Se justifica la furia y desesperación palestina por la política de construcción de poblados en Cisjordania (mayor parte del territorio de un futuro estado palestino) y por la provocación que implica el tema de Jerusalén, que el gobierno de Netanyahu ha manejado con extrema soberbia, pero no debemos olvidar que la pequeña franja de Gaza está controlada hace diez años –tras un golpe de Estado a la Autoridad Palestina– por el grupo islamista terrorista Hamas, que no reconoce los Acuerdos de Oslo.

Es inaceptable aceptar la tesis de Hamas, que cínicamente convoca a “marchas pacíficas a lo Gandhi”, forzando a mujeres con bebés y niños a romper vallas y cruzar la frontera con Israel (¿a conquistar qué?), usando a civiles como escudos humanos (“50 de los 62 muertos en las protestas eran miembros de Hamas”, aseguró el líder del politburó de Hamas, Salah al Bardaweel, en la TV palestina Baladna).

Se puede debatir si Israel se sobrepasó en su legítimo derecho a detener una incursión en su territorio, pero no podemos olvidar que el Parlamento Europeo, en abril, condenó a Hamas, que figura en la lista de la UE como una organización terrorista, por exigir la destrucción de Israel, y “condena enérgicamente la táctica continua de Hamas para usar civiles con el fin de proteger actividades terroristas”.

¿Se olvidó la UE y buena parte del periodismo de la emboscada de Hamas?

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