Todos enfrentamos momentos en los que debemos tomar decisiones trascendentales. Dependiendo de nuestra situación y posición, esas decisiones pueden ser para nuestro beneficio personal y de nuestro grupo, o para beneficio de todos los demás, incluyéndonos a nosotros.
Un presidente de la República, que en teoría es el presidente de todos los peruanos, que encarna a toda la nación, que debe promover la unión y que debe velar por el bienestar de todos los ciudadanos, no puede ni debe pensar en el beneficio personal o de su grupo, sino en el de todos los peruanos, sin excepción alguna.
Así las cosas, el actual presidente del Perú, Ollanta Humala, debería tomar –desde este momento y hasta el 28 de julio del 2016– trascendentales decisiones.
Debe elegir entre ser el presidente de todos los peruanos o ser el caudillo o cabecilla de una facción o grupo político que está en permanente confrontación contra sus adversarios –la mitad, las dos terceras o las tres cuartas partes de la población– y que ha iniciado su campaña electoral para las elecciones presidenciales del 2016.
Debe elegir entre ser el líder de la lucha contra la corrupción o ser el principal opositor o conspirador contra las investigaciones sobre eventuales actos de corrupción de su gobierno, pero, a la vez, el principal promotor de las investigaciones a sus adversarios.
Debe elegir entre ser el jefe de Estado que se dedica y preocupa a tiempo completo por el bienestar general de los peruanos y por resolver los grandes problemas que hoy nos aquejan, o ser el político que se dedica a sacar ventaja de su posición y que se aprovecha de su cargo para insultar y atacar.
Debe elegir entre ser el estadista que impulsa y exige a sus ministros a pensar y trabajar por el país y por todos los peruanos, o ser el jefe del Partido Nacionalista que arenga a sus militantes para iniciar una campaña electoral en beneficio de él mismo y de sus incondicionales.Elija, presidente. La Constitución le da la alternativa.
