De un (buen) tiempo a esta parte, un amplio sector de peruanos no vota ‘a favor de’ un partido o un político, sino ‘en contra de’. Esa ha sido la premisa para evitar que Ollanta Humala, primero, y Keiko Fujimori, después, llegasen al poder. (Aunque el nacionalista terminó siendo beneficiado por el antifujimorismo en 2011). Dicha lógica, ya enraizada en la estructura del comportamiento electoral peruano, ha alimentado la desafección política. Cuando ninguna fuerza pasa del 10% de las preferencias, no constituyen ‘amenazas’ reales, aunque estas se magnifiquen. Entonces el voto ‘anti’ (cultivado en la animadversión a un peligro potencial) pierde sentido, pero queda la costumbre de emplear el acto de sufragio como un rechazo. Así, quienes en campañas anteriores promovieron “el mal menor” hoy reciben el boomerang de la institucionalización del voto en contra. Sin ‘enemigos’ reales (los imaginarios se construyen a través de fakenews), estos rechazos acumulados (a un partido, a dos, o al establishment) terminan engrosando los votos nulo, en blanco o viciado, e incluso, el ausentismo.

Los activistas ‘antis’, mayoritariamente de izquierda, han sido muy exitosos en estigmatizar a sus rivales. Han inflamado esta táctica en sus campañas y gozado con las utilidades provenientes de la depreciación del fujimorismo y el Apra, imputados de corrupción política (si bien también son inculpados representantes de la izquierda partidaria y otros de derecha). Empero, no han logrado construir alternativas viables, autónomas y siguen dependiendo del movimiento electoral de turno (casi del azar). Hoy dedican sus esfuerzos –incluyendo connotaciones morales innecesarias– a sugerir a los electores “cómo votar”, pues la posibilidad de incremento del voto inválido tendería un halo de deslegitimidad sobre el proceso “republicano” (sic) con el que se ha querido apantallar la gran desafección.

Mañana los peruanos iremos a las urnas sin esperanza. No solo porque ninguna alternativa es convincente en sí misma, sino porque hemos sido entrenados sistemáticamente en la desconfianza. Quienes sembraron votos ‘anti’ el domingo cosecharán votos inválidos. Porque el ‘anti’ –que todos llevamos dentro– ha crecido y se ha expandido a más de uno o dos partidos. Ha escalado a nivel sistémico porque incluso el voto a favor de una de las listas no se hará con convencimiento. Así se ha tergiversado el sentido de la representación política pues ya no se vota por una oportunidad de comunidad, de sueños colectivos, sino por un país sectario donde “el otro” no tenga espacio, ni mucho menos voz.

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