Hoy no se pueden difundir encuestas –paternalismo puritano que pretende impedir al elector su derecho a alinear su voto a favor o en contra de las tendencias generales–, pero si se pudiera, ello tampoco permitiría anticipar la final correlación de curules.

Conspiran para impedirlo la compleja ingeniería electoral y la ausencia de encuestas representativas en cada región. El porcentaje total de votos no se reflejará en ningún caso en el porcentaje de curules, como ocurrió en 2016 (a favor del fujimorismo) porque existen regiones sobrerrepresentadas (con más congresistas de los que su población, respecto del total, merece para que cada voto valga exactamente igual). Por tanto, hay también regiones subrepresentadas. Por ello, me inclino por adoptar distritos electorales uninominales: tantas circunscripciones como congresistas.

Si bien hay cierto consenso en torno a que retomar la reforma política inconclusa es una de las primeras cosas que haría el Congreso que elijamos mañana –no la primera, que será revisar los decretos de urgencia–, desgraciadamente no está en agenda inmediata revisar los distritos electorales.

Una de las mayores taras de nuestro sistema político es la combinación de macrorrepresentación (distritos electorales grandes para el Congreso) con microgestión (distritos municipales chicos). Lo ideal sería lo contrario: que la representación parlamentaria recoja las microidentidades más específicas, y la gestión de los gobiernos locales logre economías de escala que hagan más eficiente la gobernanza. Y eliminar, además, al menos uno de los tres niveles subnacionales (regional, provincial y distrital), que no parecen tener razón de ser ni referente exitoso en el Derecho comparado.

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