El votante solitario
El votante solitario

La política es una dimensión de la sociedad. Saber cómo cada persona forma socialmente su comportamiento nos puede ayudar a entender la manera en que ejerce su voto. Desde luego, los factores sociales no explican directamente los resultados electorales, pues siempre hay opciones en el mundo político, siempre existe agencia. Pero, sin una adecuada comprensión del proceso de socialización, no entenderemos la política. Así, en sociedades en donde las instituciones –políticas, económicas, sociales, culturales– son más eficaces y legítimas, son ellas las que canalizan y organizan la acción individual, siendo más predecible el accionar agregado de la ciudadanía al momento de ir a las urnas.

Para el caso peruano, el sociólogo Danilo Martuccelli afirma que, en cambio, no es desde las instituciones desde donde es posible definir sociológicamente al individuo, es decir, su actuar social –con las naturales diferencias entre cada lugar del territorio– no se deriva principalmente de las instituciones. Aquí lo que encontramos son respuestas fuertemente individualizadas –o con espacios comunitarios reducidos– frente a las vicisitudes de la vida social. Son actores, sostiene Martuccelli, que debieron –y deben– enfrentar un conjunto dispar de desafíos sociales, de maneras múltiples y en medio de un sentimiento generalizado de desamparo institucional. Dicho de otro modo, el individuo carga con desafíos que en otros países estarían en manos de las instituciones.

Detrás de la situación descrita encontramos el desborde migratorio ocurrido a lo largo del siglo XX, el tortuoso proceso de construcción del Estado peruano, los años de la violencia terrorista, la liberalización económica de los noventa, y un reciente período de crecimiento económico que ha brindado nuevas –y también desiguales– oportunidades. Esto no significa que no haya existido, ni exista, una demanda de instituciones eficaces e integradoras. Sin embargo, la experiencia constante ha sido la de la ausencia, el fracaso y la corrupción estatal. La desconfianza en el Estado y las autoridades es el corolario. Por ello no sorprende que, conforme a una reciente encuesta de Ipsos, el 53% de quienes señalaron haber votado en blanco, y el 48% de los que viciaron adrede su voto, lo hicieran porque “no creen en los políticos”. Como sintetizó Julio Cotler, lo que vemos es un país democratizado socialmente, que ha dejado atrás la estructura estamental, que camina hacia una sociedad de individuos que goza, en el plano formal, cada vez de mayor igualdad. Pero todo esto está ocurriendo sin la construcción de instituciones que den eficacia a los nuevos principios, de naturaleza republicana, del orden social. Un déficit que aún no resolvemos.

¿Qué actitudes políticas han contribuido a formar estas condiciones sociales? Un estudio publicado por Hernán Chaparro muestra que, para el caso de Lima, cerca del 40% de la ciudadanía tiene una relación mínima o indiferente con la política (a los que denomina “conformistas desinformados”), mientras que otro 30% siente una gran frustración, o son proclives a una ruptura completa con las instituciones (a los que denomina “renegados insatisfechos”). No obstante, incluso decidiendo en la cola de la mesa de sufragio, la gran mayoría de peruanos termina eligiendo algún partido y candidatura, y bajo una racionalidad enfocada en sus carencias. Diversos esfuerzos se han hecho para dar mejores elementos para dicha decisión. Y, tras cada elección, solemos acusar al votante de elegir mal. Es como si cada peruano fuera capaz de resolver –otra vez– en soledad las debilidades del sistema político. Una vana ilusión. ¿Qué hacer? Solo queda construir con paciencia –y terquedad– las instituciones que permitan una mejor representación política, responsabilidad que recae en los políticos, en las autoridades electas, y en la sociedad civil organizada. Para ello, debemos volver la vista a una multitud de demandas e intereses, prestando atención a la exigencia de eficacia institucional, así como al reclamo de un vínculo de reconocimiento y pertenencia. He aquí uno de los grandes desafíos del bicentenario.

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