El virus sigue presente

El virus sigue presente. (Photo by Miguel MEDINA / AFP)

Parece que Europa empieza a controlar la pandemia. Con muchas precauciones, la gente, a medida que se le autoriza, sale a la calle y recupera cierta normalidad. Pero es difícil creer que vivimos en ella si estamos obligados a ponernos mascarillas, si hay que desinfectar cada vez que uno use la mesa de un bar o de un restaurante. O si para ir de tiendas, hay que hacerlo con cita previa.

Hablo, lo sé, desde la perspectiva frívola de quien vive en Europa, donde la pobreza existe, pero con un contenido diametralmente distinto al de América Latina, donde la pandemia, con Brasil a la cabeza, lejos de detenerse, empieza a mostrar signos muy preocupantes.

No es lo mismo que la orden de confinamiento se cumpla en viviendas con luz y agua garantizada a que se confine en donde el agua potable no existe o la corriente eléctrica fue cortada. ¿Cómo diablos, con esas carencias, puede mantenerse la regla de lavarse las manos a cada rato? ¿Y qué pasa con las mascarillas? En España una familia de cuatro personas es consciente de que el rubro “mascarillas” le va a suponer un incremento mensual de 100 dólares. Es el presupuesto que muchas familias en países de América Latina querrían tener para satisfacer sus necesidades más básicas. ¿Y qué hay del transporte público? ¿Están los gobernantes de Latinoamérica asegurando la distancia social en este medio?

En España se acaba de publicar que desaparecieron de la nómina de jubilados 30,000 receptores, aunque no todos murieron de coronavirus. ¿Quién contará a los pobres que carecen de agua o de un espacio digno para vivir y que están condenados a morir, no solo por el maldito coronavirus, sino, sobre todo, por la maldita indiferencia social?


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