Nos habíamos acostumbrado tanto (aunque lo odiáramos) a las bocinas de los autos, la desfachatez de los ruidos y de pronto todo, casi todo, es silencio. Me resulta aún incomprensible en esta cuarentena que la falta de sonidos bruscos, repletos de irrespeto, me despierte durante la noche. Me parece increíble que pueda escuchar el sonido del silencio en medio de estos sentimientos contradictorios producto del confinamiento. Hay muchos momentos que han cambiado en nuestras vidas. No besar a los tuyos, no abrazarlos, no salir con la libertad a la que estás acostumbrado y ver las calles vacías, pensar permanentemente que el impacto económico será muy grande pero que también nos invita a disfrutar del silencio en Lima es algo que no tiene precio.

Cuando pase todo esto, nada volverá a ser igual, pero ansío que, al menos, hayamos aprendido a no invadir el espacio del otro, a respetar algunas reglas de convivencia, a apreciar el silencio en las horas que otros descansan. Incluso el temblor de ayer parecía un balanceo armónico. Rescatemos estos días donde hay mayor espacio para ordenar pensamientos, las cosas buenas que podemos aprender en tiempos muy duros, que pueden convertirse en oportunidades de cambio en nuestras conductas personales.

Bonus track. El aire definitivamente se ha purificado, ha bajado la contaminación, los delfines juguetean más cerca de la orilla del mar, la población de pájaros ha retomado su hábitat, por lo que es momento de pensar y actuar apuntando a una mejor convivencia con la naturaleza. ¿Otra columna idealista?, sí, pero con la convicción de que somos capaces de salir de este desafío fortalecidos si aprendemos las lecciones que flotan en este aire más limpio.