(Photo by - / Peruvian Ministry of Health / AFP)
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Por Marisol Pérez Tello, exministra de Justicia

Hace un mes, la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS) envió una carta al Ejecutivo poniéndose a disposición y trasladando su preocupación por lo que las cárceles podían significar en el marco de la pandemia.

Este preocupación se debía a que estábamos evaluando distintos problemas que atiende CEAS y hay capellanías en la mayoría de los 68 penales del país. La coincidencia era que la pandemia podría sobrepasar la capacidad de nuestro sistema de salud y el miedo podía ser dramático en los penales; el hacinamiento y la situación general penitenciaria los convertía en una bomba de tiempo, ya se había visto las consecuencias en Italia y en otros países de los que teníamos referencia.

Pertenezco a la capellanía del penal de Castro Castro. He aprendido de la cárcel: nunca pregunto por qué están presos, los acompaño en sus procesos de transformación, veo la solidaridad entre ellos y el esfuerzo de buenos servidores penitenciarios; que los hay y muchos. Cuando cantan su himno creen en su misión: humanizar y dignificar para resocializar. Eso tiene un profundo contenido; entienden además que tratan con personas que en muchos casos fueron marginadas y empujadas por sus circunstancias, sin que esto por supuesto justifique sus delitos y saben que el trabajo es la forma en que encuentran espacios de libertad.

Este COVID-19 nos puso a prueba y todo lo que estaba mal se puso peor.

Un mes después y con el silencio como única respuesta pasó todo lo que se temía. Hemos pedido, rogado, denunciado y, lamentablemente, el tema se terminó desbordando. No entiendo las razones. No soy yo quien tiene que darlas.

Solo en San Juan de Lurigancho hay 15 mil privados de libertad, hijos, hermanos, padres, esposos. Si no controlamos la pandemia, porque es deber del Estado, porque es lo correcto, porque nos importan todas la vidas, sin distinción, usemos el sentido común. Un espacio de reclusión donde es imposible el aislamiento con 15 mil personas y sus familias desesperadas en la puerta, es peligroso para todos.

Cada poder de Estado tiene que hacer su tarea, sin miedo, sin cálculo político, hacer lo correcto y hacerlo sin poner en riesgo a los ciudadanos que estamos en libertad.

Nadie se puede poner de costado y los que entendemos esta realidad y el riesgo que significa no podemos callar, porque el silencio es inmoral. Que nadie lo tome como algo personal. Los errores no se cuentan en puntos de una encuesta sino en vidas. Que pena si resulta incómodo.

Primero siempre estará el Perú. Tocará reconstruir y saldremos adelante más unidos y más solidarios.

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