El sí de Margarita. (Foto: EFE/Orlando Barría)
El sí de Margarita. (Foto: EFE/Orlando Barría)

Me refiero al de Margarita Cedeño, la actual vicepresidenta de República Dominicana. Política de garra, comprometida y culta. Además, es la esposa de Leonel Fernández, quien ha sido presidente de su país en tres ocasiones (y aspira a una cuarta). Es decir, que la señora de Fernández fue también primera dama de su país. Hasta aquí, todo parece dentro de un orden. Pero el orden se empezó a torcer cuando ella manifestó ambiciones políticas.

Aspiró a la presidencia, pero su petición, en su momento, no tuvo recorrido (el rumor es que su esposo fue el primero en vetarla). No se rindió. Tampoco dejó de estar casada, aunque la rumorología señala que no hay amor en la pareja. Fue propuesta por el PLD para vicepresidenta del Gobierno y ganó. Como vicepresidenta su trabajo ha sido impecable. Su lucha contra la pobreza y por la igualdad presenta datos inobjetables. Ocupando la posición, Leonel Fernández acusó, en octubre pasado, a su partido (que es el de ambos) de fraude en las primarias. Nunca lo probó, pero rompió en dos al PLD. No tuvo en cuenta el rol institucional de su esposa y nadie usó este argumento para afearle su conducta. Ahora es Margarita quien ha dicho sí a la propuesta de su partido, que “era” el de ambos.

Es increíble la serie de ataques que está sufriendo. Se le acusa de competir deslealmente y de traicionar a su esposo; de condenarlo a la soledad en los mítines. La han tachado incluso de mala cristiana; de humillar a Leonel y de sumir a sus hijos en el caos afectivo. Se basan para denostarla en que “él la llevó a ser primera dama”. Y yo que creía que, por una simple cuestión de principios, y de orden cronológico e institucional, era él el que, por sus propios actos, se merecía esos epítetos.

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