Reja restringe acceso al Parque de la Amistad. (GEC)
Reja restringe acceso al Parque de la Amistad. (GEC)

Lima debe ser el único lugar donde se construye un puente para unir dos distritos que no puede usarse porque uno de ellos lo bloquea con una reja. Lo que está haciendo San Isidro con Miraflores –y de paso, con toda la ciudad– parece broma, pero no lo es.

Más allá de la obsesión limeña por las rejas y la exclusión, he intentado sin éxito entender las razones de San Isidro para mantener el portón que instaló para impedir el paso por el Puente de la Amistad. Sus argumentos se leen como justificaciones frívolas. Al mirar su propuesta de nuevas obras complementarias, resulta evidente que el único objetivo es desviar a quien pudiese cruzar el puente para evitar que pase frente a una parte del malecón que un puñado de señorones quiere mantener solo para ellos.

Dice mucho del anacronismo y torpeza del alcalde de San Isidro el que haga ver al miraflorino Molina como un burgomaestre de avanzada, pero también de la noción de civismo y ciudad que tienen los vecinos que celebran esta medida. Lamentablemente, no sería la primera vez que dejan en claro que ven a su distrito como un feudo.

Este es un caso de prepotencia clasista y rancia necedad, pero también un buen ejemplo del lastre que genera la balcanización de Lima, que se mantiene dividida en 43 distritos con autonomía y facultades para hacer lo que les venga en gana sin mirar al lado. Lo mismo pasa con el muro que divide La Molina y Ate. También con la privatización de calles, playas y parques. Ocurre en toda Lima. Esa autonomía distrital fragmenta más una ciudad que ya está bastante dividida.

Este no es un lío entre dos distritos, sino de uno contra toda la ciudad. Están bloqueando uno de los espacios públicos más importantes que tenemos. No sé qué esperan Muñoz, la Defensoría del Pueblo o la Fiscalía para tumbarse esa reja.