El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha anunciado su intención de adquirir Groenlandia, convertir a Canadá en el 51 estado americano y tomar el canal de Panamá. Además, ha anunciado aranceles para productos mexicanos, canadienses, chinos y europeos.
Las medidas del mandatario que lleva apenas dos semanas en el cargo han puesto en vilo la estabilidad comercial de la principal potencia del mundo. Si bien Trump repite como mantra que ningún país ha tratado de forma justa a Estados Unidos, no habrá nada más injusto que hacer que los estadounidenses paguen más por productos extranjeros gracias a los nuevos impuestos.
Así como en su primer mandato aseguró que el muro de la frontera con México lo pagarían los mexicanos y lo pagó Estados Unidos, estas nuevas medidas del republicano las pagarán —con creces— los propios estadounidenses.
Los anuncios de Trump han generado que sectores de derecha afines al mandatario —que hasta hace unas semanas defendían el libre mercado— ahora realicen malabares mentales para justificar tremendo ataque al libre comercio. Incluso citan el libro del magnate, intentando descifrar su actitud y decir que es solo una medida para negociar. Así esto sea cierto, el precedente que deja es nefasto y significa jugar con el encarecimiento de la vida de millones de personas. Sin embargo, mucho han decidido creer en que estas medidas funcionarán simplemente porque quien las aplica es un conservador, “antiwoke” y “antiglobalista”.
No obstante, el proteccionismo comercial ha fracasado todas las veces que ha sido aplicado, en todas partes del mundo y bajo todos los iluminados que creyeron con ellos sería diferente. En la década de 1970, Latinoamérica aplicó la industrialización por sustitución de importaciones, con el fin de “proteger la industria nacional”. Lejos de protegerla, creó una industria sin competencia, con malos productos y caros, privando a los ciudadanos de obtener productos de calidad. Entonces, la historia muestra que también fracasará en la otrora tierra del capitalismo.