El polvorín del norte. (AFP)
El polvorín del norte. (AFP)

La grave crisis que remece a Ecuador es el resultado de una década de embalse económico y políticas que, más que populistas, dispuestas por su anterior mandatario, Rafael Correa, eran directamente demagógicas e irresponsables.

El jueves último, Lenín Moreno, presidente constitucional desde 2017, en el marco de un acuerdo por 4,200 millones de dólares con el FMI, imprescindible para sanear la economía de su país, decretó el fin de los subsidios a los combustibles. Y casi de inmediato, ardió Troya. A partir de ese día, los desórdenes callejeros fueron en aumento. La poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie) y la principal central sindical del país, el Frente Unitario de Trabajadores (FUT), se sumaron a la protesta inicial de transportistas y estudiantes para tomar carreteras y poner en jaque a la propia capital de la República, Quito, a través de tumultuosas movilizaciones que pronto derivaron en actos de violencia, obligando al gobierno a trasladar su sede a la ciudad de Guayaquil, todavía bajo control de las fuerzas de seguridad.

A punto de cumplirse una semana de enfrentamientos, el presidente Moreno, que se mantiene sólido en su decisión, apoyado por su gabinete y las Fuerzas Armadas, ha acusado a su predecesor en el cargo, Rafael Correa, de estar agitando e incitando a la violencia a indígenas y obreros, así como al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de apoyar a los grupos más extremistas que participan en la protesta, con la finalidad de desestabilizar la democracia ecuatoriana, a la que percibe como amenaza.

Asimismo, el gobierno peruano, junto con el de otros seis países de la región –Argentina, Brasil, Colombia, El Salvador, Guatemala y Paraguay–, ha respaldado, con saludable claridad y firmeza, al gobierno de Moreno en estas horas difíciles, insistiendo en su rechazo a cualquier injerencia venezolana en esta

crisis.

A la espera de que la calma llegue al hermano país del norte, lo que cabe es recordar las nefastas consecuencias de las políticas populistas, cuyo intervencionismo, desarreglo fiscal y manipulación de las fuerzas de la economía no hacen más que convertir a los países en retardadas bombas de tiempo.

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