(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

Por Mauricio Cuadra

Pronto acudiremos a las urnas y cumpliremos 200 años de vida republicana, lo que invita a preguntarnos cuánto hemos ‘avanzado’ desde entonces. Y, aunque el Perú de hoy es amalgama de sus múltiples aciertos y errores a lo largo de la historia, quiero repasar lo que aconteció políticamente en nuestro país en las últimas tres décadas.

Nací a mediados del 88, en un Perú en bancarrota por el terrorismo, la estatización de la banca y la hiperinflación. Los 90 de Alberto Fujimori trajeron el golpe del 92, la nueva Constitución del 93, y un todopoderoso Montesinos que se hacía del SIN para rastrear enemigos, comprar a la prensa y desfalcar al país. Y, tristemente, vivíamos en un Perú que ‘toleraba’ las violaciones cometidas contra los peruanos sin voz ni recursos.

Tras la transición de Paniagua y las elecciones de 2001, se entregó el poder a Toledo, seguido por García (II) y Humala. Aunque parecíamos recuperar la senda del crecimiento y la estabilidad, estos gobiernos también nos dejaron la corrupción de Lava Jato y a un Perú tremendamente dividido. Luego vendría Kuczynski, quien enfrentó una oposición implacable que anticipó su renuncia y el ascenso al poder de Vizcarra.

La pandemia encontró un país tremendamente desgastado por la inestabilidad política, desnudándose nuestras profundas carencias de institucionalidad y gobernabilidad. Luego de la vacancia, el Congreso entregó el poder a Merino, quien renunció al sexto día por las protestas e indignación colectiva. Sagasti asumió una nueva transición y poco después destaparía la crisis que ya conocemos: una ‘repartija’ de vacunas entre un grupo mezquino y cobarde frente a los intereses del país.

Este es el Perú que conozco: un país herido por los juegos siniestros del poder, el desprecio por la integridad y la indignación popular. Un país en donde la clase política normaliza la mentira y burla la confianza ciudadana; y un Perú sin partidos políticos, sin líderes transparentes, que vota al ‘mal menor’ en medio de mucha desinformación y desilusión sobre el futuro. Y también somos ese Perú plural, diverso, luchador, con varios rostros enfrentados entre sí, que se resiste a tener una mirada compartida de progreso y desarrollo.

Tengo 32 años y difícilmente transformaremos al Perú que conozco en el próximo quinquenio; sin embargo, tenemos la gran responsabilidad de reconocer nuestra fragilidad para no agravar la situación actual, repensar nuestro voto en las elecciones de abril de 2021, y sentar –por fin– las bases del país que necesitamos.

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