El Perú es más grande que sus extremos
El Perú es más grande que sus extremos

Con el proceso de deterioro institucional y crispación política, que vivimos con extrema profundidad desde 2016 -y que alcanzó el pináculo en la segunda vuelta electoral de 2021-, llegamos a niveles de polarización nunca antes vistos, extremos e irracionales.

Hoy somos testigos de cómo los peruanos son resumidos y simplificados con la etiqueta de estar bajo una de dos categorías: 1. “caviar” o 2. ser de la derecha bruta y achorada (DBA).

Sin embargo, la inmensa mayoría de peruanos queremos vivir en paz, con seguridad ciudadana, en un país donde se cumplan las leyes y respeten a la autoridad, donde se capten inversiones y se crezca económicamente, con empleo y oportunidades. Ello no te puede convertir en una representante de la DBA.

Igualmente, exigir la separación de los poderes del Estado, la independencia de las instituciones, el respeto a los tratados internacionales y el estricto respecto a los derechos humanos no te convierte en un “caviar”.

La mayoría silenciosa de peruanos queremos y tenemos derecho a vivir en un país con oportunidades, que crece económicamente, que capta inversiones en un ambiente de paz y seguridad, donde se pueden hacer negocios y emprendimientos, un país inserto en la comunidad internacional, con instituciones sólidas, independencia de poderes y plenitud del Estado de derecho.

Esa es una aspiración natural y derecho de todo ciudadano, bajo una democracia liberal. Más aún, si concebimos la libertad como una unidad absoluta e indivisible, comprenderemos que la libertad política y la libertad económica son dos caras de la misma moneda.

No podemos tener una economía pujante y vigorosa, sin tener -a la vez- instituciones sólidas, un marco jurídico serio y predecible, con independencia y equilibrio de poderes.

Hoy somos testigos de cómo, a pesar de tener magnificas condiciones para el desarrollo de nuestra economía, la inestabilidad política y el deterioro de las instituciones merman nuestra capacidad de crecer y generar empleo. Por el contrario, multiplican la pobreza, aumentan la desigualdad y profundizan la exclusión.

Emprender el camino del crecimiento, basado en la inversión privada, con empleo e inclusión, demandará claridad y convicción en un programa económico, pero también la recomposición de nuestra institucionalidad democrática, severamente lacerada por la pérfida convivencia entre un Ejecutivo incapaz, frívolo e indolente, y un Congreso rapaz, prebendario, que avasalla las instituciones.

No basta con tener las ideas correctas en el campo de la economía; se deben tener también convicciones democráticas (¡y viceversa!). Claridad y determinación en el programa económico, en democracia, bajo el equilibrio y separación de poderes es el único camino que permitirá convertir a nuestro país en un proyecto de vida en común para todos los peruanos, de crecimiento, oportunidades e inclusión. Eso no es ser ni “caviar” ni DBA.