(Foto: César Campos / GEC)
(Foto: César Campos / GEC)

Lo que muy pocos han advertido alrededor de la designación y la salida de Héctor Béjar del Ministerio de Relaciones Exteriores son las razones que derivaron en su nombramiento. A decir verdad, las razones y los intereses que la dictadura de los Castro tiene para colocar a un peón de Cuba a la cabeza de la Cancillería del Perú.

El dueño de PL hizo sus estudios universitarios en Cuba; y fue en esa isla donde, a inicios de la década de los sesentas, se entrenó un contingente de jóvenes que pretendía iniciar un foco guerrillero en el Perú. El ahora expectorado canciller Héctor Béjar fue parte de ese grupete de insurrectos y terminó en la cárcel hasta que Juan Velasco lo indultó para que trabajara para su gobierno como uno de los encargados de estrechar lazos entre la dictadura militar y Fidel Castro.

Los nexos que el octogenario exguerrillero mantuvo y mantiene con el gobierno cubano y la sumisión que Vladimir Cerrón muestra para con ese régimen, son vergonzosos e inocultables. El sentenciado exgobernador de Junín fue, sin duda, uno de sus principales promotores cuando recién se barajaban nombres para cubrir las plazas al frente de los ministerios del primer gabinete de Pedro Castillo, pero no cabe duda que fue desde La Habana desde donde se definió su designación.

Es cierto que Cerrón fue uno de los primeros en salir en su defensa y luego lamentar su abrupta salida. Pero el interés de los cubanos en manejar nuestra Cancillería y administrar nuestra política exterior, es consabida y antigua.

Si sumamos uno más uno, ¿qué fue lo que hizo Béjar mientras se mantuvo al frente de Torre Tagle? Intentar liquidar el Grupo de Lima. Y lo hizo mientras se llenaba la boca hablando de la “no injerencia” en la política interna de otros países cuando se le preguntaba por los gobiernos de Venezuela, enfrentando una sentencia de la Corte Penal Internacional de La Haya por violar sistemáticamente los derechos humanos; o de Cuba, que acaba de aplastar con vileza y violencia concurridas protestas estudiantiles.

Antes de su nombramiento, Béjar había mostrado su admiración por el narcogobierno que encabeza Nicolás Maduro y por la longeva dictadura cubana, pero también había proferido diversos disparates acerca de Sendero Luminoso y la guerra contra el terrorismo que soportó el Perú. Aun así, Pedro Castillo se vio en la obligación de nombrarlo ministro de Relaciones Exteriores y se procuró el primer gran problema de su administración. ¿Por qué?

Porque lo que Béjar y Cerrón representan en el actual gobierno peruano es justamente la influencia que el castrismo cubano tiene en estos días en Venezuela o Bolivia, y el interés que hace sesenta años la isla ha mostrado por torcer la política exterior de los países de la región. Tan vinculado estuvo Cuba con el nombramiento de Béjar que cuando este dejó la Cancillería el último martes, al primer y único medio al que declaró fue a la agencia cubana de noticias Prensa Latina. Y lo hizo para quejarse de que “quieren impedir una política exterior soberana”. ¡Qué tal cuajo!

Aunque acalladas las protestas del mes pasado, el régimen cubano sabe que se le viene la noche y que pronto le seguirán nuevas movilizaciones sociales. La urgencia de mover un alfil en la Cancillería peruana puede ser vital para sus intereses en la región. El Perú no debe permitirle ningún enroque, nuestra dignidad y soberanía están primero.


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