Ayer murió el padre de mi hermano. No un hermano de sangre, pero uno de esos amigos que te da la vida para siempre, uno de esos que siempre estuvo y, creo, siempre estará.
El padre de mi amigo tuvo suerte: vivió una larga vida, de 89 años, bien vivida. Tuvo hijo, nieta, y bisnieta (mi amigo es abuelo a los 46 años, ja, ja, ja). Es decir, mi amigo es un suertudo también: tuvo a su padre hasta tarde. Tuvo la dicha de acompañarlo a morir, tuvo el tiempo para perdonarlo en vida, para aprender también de los errores del padre, pero sobre todo para valorarlo, apreciarlo y amarlo. Mi amigo lo acompañó a morir, literalmente, le habló, le dijo que no tenga miedo, que estaba yendo para arriba, que todo estaba bien, que iba al lugar donde vamos todos
Cuando mi amigo me contaba esto, los últimos días con su padre, yo solo escuchaba, lo admiraba, lo envidiaba. Pensé que era una suerte poder acompañar a tu padre a morir, darle paz, decirle que se podía ir tranquilo, que todos estaban bien. Cambiarlo y ponerle su ropita de difunto con sus propias manos. Mi amigo hizo todo eso, solito, no tuvo miedo, al contrario, le dio paz. Y yo pensaba: “Qué interesante es la vida, siempre unas de cal y otras de arena”, porque este hermano amigo perdió a su madre cuando tenía apenas 13 años. Hace 33 años regresaba de correr tabla y vio una ambulancia en la puerta de su casa. Su viejita linda —que era joven— había muerto, y mi hermano tenía solo 13 años…
Unas de cal y otras de arena. La vida le dio un golpe de esos de los que hablaba Vallejo, pero le dio padre hasta los 89. Hoy no pude sino conmoverme hasta las lágrimas por mi amigo. Lloraba de felicidad por él, porque tuvo a su padre hasta hoy, porque su padre pudo conocer a su nieta y a su bisnieta, y al mismo tiempo lloré una vez más el dolor de mi hermano, que perdió a su madre a los 13 años de edad.
A mí, por ejemplo, me pasó al revés. Perdí a mi padre muy joven y me entristece que no haya conocido a mis hijos, pero tengo la suerte de tener a mi madre hasta hoy, y sana.
Valoremos a esos seres que la vida nos regala por el tiempo que estén. Y honremos a los que ya no están; recordémoslos con gratitud, con alegría, porque para allá vamos todos, a la luz, “para arriba”, como le dijo mi amigo a su padre.