El nombre de las cosas. (Reuters)
El nombre de las cosas. (Reuters)

Algo no marcha bien en un país formado por un crisol de razas si a los hijos, nietos, bisnietos o choznos descendientes de esclavos negros hay que llamarlos “afroamericanos” para identificarlos. ¿No son simplemente estadounidenses… de raza negra?

En estos meses de confinamiento, en los que he devorado excelentes series de televisión, fue curioso constatar cómo, no siendo el tema de la discriminación racial el objetivo de ninguna de ellas, este afloraba de forma recurrente. El sentimiento de desigualdad de la mayoría de la población negra en EE.UU. no es gratuito ni arbitrario. Es, simplemente, estadístico. Las cifras dicen que no tienen acceso a la salud, a la educación o a la justicia, en las mismas condiciones que el resto de la población.

La violencia policial contra la población negra tampoco es anecdótica. Eso no significa que los blancos sospechosos se libren de esa violencia imperdonable, pero pueden ir un poco más confiados. Obama tuvo una crisis de este tipo, que pudo resolver. Pero Trump no es Obama, y es incapaz de transmitir sentimientos de indignación o de igualdad. Ni con Biblia en mano.

En American Crime, se abordó de forma magistral el juicio contra O.J. Simpson, estrella del fútbol americano, negro, acusado de asesinar brutalmente a su esposa blanca. La astucia de sus abogados –entre ellos el padre de las Kardashian– para manejar el tema de su raza fue un éxito para ellos.

El asesinato de Floyd es el último eslabón de una realidad: la sociedad americana, tan brillante en tantos aspectos, sigue sin resolver el tema de lo “afroamericano”. Ojalá empezara por cambiar el “nomen” pues, como dijo Borges, “el nombre es el arquetipo de las cosas”.

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