El nefasto ejemplo de Sarratea

 El secretismo es el territorio en el que mejor se mueven los personajes ligados a la plancha presidencial.

Fecha de publicación: 25/03/2025 2:21 am
Actualización 25/03/2025 – 11:59

El hermano de la presidenta de la República, Nicanor Boluarte, estuvo prófugo hasta el 14 de enero, día en que una resolución del Poder Judicial le cambió la orden de prisión por la de comparecencia por el sonado caso Waykis en la Sombra.

Y ni bien salido de la clandestinidad, empezó a sostener misteriosas reuniones en una oficina privada en Miraflores, según imágenes captadas por Cuarto poder. Si el estilo resulta familiar no es ninguna coincidencia. Todo indica que el secretismo es el territorio en el que mejor se mueven los personajes ligados a la plancha presidencial que ganó las últimas elecciones presidenciales.

De acuerdo con el reportaje y hasta donde se sabe, Nicanor Boluarte se ha encontrado en ese lugar con funcionarios, proveedores y operadores políticos. El hombre no es funcionario, pero de hecho ejerce significativa influencia en el poder, sin necesidad de figurar en las fotos oficiales o en el organigrama del Estado. Tanto así que en algún momento se llegó a decir que tenía en sus manos, por ejemplo, el nombramiento de los prefectos en todo el territorio nacional.

Proclive a moverse en las sombras, como tantos asesores presidenciales en el pasado, se sabe que el peso de su opinión es enorme en determinadas decisiones y posturas del Gobierno.

Su estilo trae a la memoria el destape de Sarratea y el despacho clandestino que tenía el entonces presidente Pedro Castillo en esa calle de Breña, donde se reunía con empresarios y políticos para concretar acuerdos no siempre congruentes con su investidura y, ni qué decirlo, la mayoría de ellos de dudosa legalidad.

Buena parte de los procesos que hoy se le siguen al golpista preso en la cárcel de Barbadillo, se originan en esos negociados nocturnos, que no hubieran resistido el menor análisis a la luz del día. Es decir, a la vista y escrutinio de la opinión pública, como reza el imperativo moral que obliga a las autoridades de toda democracia a ser transparentes en sus movimientos.

Pero está visto que la transparencia es lo menos recurrente en conciliábulos como estos y todo indica que esta historia no ha hecho más que comenzar.

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