(AFP)
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El gobierno de Donald Trump hace agua por tantos frentes que su reelección es cada vez menos viable. Hasta en Texas, el estado republicano por antonomasia, donde desde 1980 ningún demócrata ha ganado, está siendo desplazado por Joe Biden. A eso sumemos las desastrosas noticias económicas y las muertes por coronavirus, que superan las 150,000 personas, luego de que por semanas el mismo Trump, cuando la pandemia ya era crisis global, la minimizara y se burlara de ella y de quienes alertaban de su riesgo.

Es en este contexto de descalabro generalizado que tenemos que entender la propuesta de Trump de aplazar las elecciones presidenciales de Estados Unidos, programadas para noviembre. Algo que, por cierto, nunca ha ocurrido en la historia de ese país. Ni siquiera la Guerra Civil o las guerras mundiales fueron capaces de retrasar las elecciones presidenciales. La idea es tan absurda que el líder republicano en el Senado, un trumpista incondicional, ya tomó distancia.

El argumento central de Trump para aplazar las elecciones es que una votación por correo daría lugar a un resultado “fraudulento”, algo que ningún especialista electoral ni los antecedentes respaldan, pues votar vía correo es práctica común en Estados Unidos. En realidad, todo es una puesta en escena porque no depende de él cambiar la fecha de la elección, sino del Congreso, donde no tiene mayoría.

El objetivo real de Trump es sembrar dudas sobre la legitimidad de las elecciones y preparar la cancha para no reconocer el resultado de una carrera que posiblemente vaya a perder. Es, en resumidas cuentas, el preámbulo de quien se perfila como el primer presidente abiertamente golpista de Estados Unidos.

Espero con ansias a los trumpistas y neoconservadores locales hacer malabares para justificarlo y decir que detrás de todo hay una conspiración progre-caviar liderada por George Soros. Voy preparando mi canchita.