El inefable Barclays se pregunta: ¿Quién cuida mi salud cuando estoy sano? ¿El gobierno o yo? Porque estar sano cuesta dinero. ¿Quién paga las cuentas farmacéuticas de mantenerme sano? ¿El gobierno o yo? Las cuentas son onerosas y tienden a crecer. Gasto fortunas en medicamentos para regular la bipolaridad. Gasto fortunas en medicamentos para evitar la depresión, o mitigarla. ¿Quién paga esos medicamentos para cuidar mi salud mental? ¿El gobierno o yo? Si dejo de tomarlos, ¿quién sufriría las consecuencias? ¿Quién se elevaría a picos maníacos de grandeza y se hundiría en los sótanos de la depresión? Si dejo de comprarlos, ¿quién se volvería tan miserable y abatido, tan triste y confundido, que probablemente moriría? ¿El gobierno o yo? ¿Y quién pagaría mis funerales? ¿El gobierno o mi esposa?

Barclays razona: El gobierno no cuida mi salud cuando estoy sano. Yo debo cuidarla. Cuidarla cuesta dinero. Para cuidarla debo trabajar, ganar dinero. Si no trabajo, si no gano dinero, no podría cuidar apropiadamente mi salud. Si no la cuidase, mi vida estaría en riesgo. Pero cuidarla o no cuidarla depende de mí. Yo enfrentaré las consecuencias positivas de cuidarla, o las consecuencias negativas de no cuidarla. Es decir que, en tantos años como llevo vivo, no ha sido nunca el gobierno quien me ha cuidado la salud, quien ha pagado por el cuidado de mi salud: he sido yo mismo.

Barclays se pregunta: Y cuando me he enfermado, ¿quién ha cuidado mi salud? ¿El gobierno o yo? He estado tres veces al borde de la muerte, hospitalizado de urgencia. ¿Quién pagó la cuenta? ¿El gobierno o yo? Yo pagué la cuenta. El gobierno no pagó nada.

Barclays concluye: Cuando estoy sano, yo pago por el cuidado de mi salud. Cuando estoy enfermo, yo pago para recuperar la salud. El gobierno no me ayuda cuando estoy sano ni cuando estoy enfermo. El gobierno se abstiene de cuidar mi salud. El gobierno no me ofrece un seguro médico gratuito para cuidar mi salud. El gobierno me dice: tu salud es tu problema, el costo de mantenerte saludable lo pagas tú, no yo.

Así las cosas, piensa Barclays, el cuidado de mi salud ha sido siempre un asunto que se ha situado en el ámbito o la jurisdicción de mi libertad. Yo gobierno libremente mi cuerpo, mi salud: no lo hace el supremo gobierno, ni los burócratas de turno. Si lo hago bien, disfruto del bienestar. Si lo hago mal, sufro el malestar. En cualquier caso, yo decido, yo elijo los riesgos, yo pago. El gobierno no interviene.

Barclays razona: Ahora mi salud está amenazada por un nuevo riesgo. Es el coronavirus. Se contagia fácilmente. No hay vacuna. No hay tratamiento. Es mucho peor que la gripe común. Mata a tres personas de cada cien que infecta. Es diez veces más letal que la gripe común. Ahora bien, la gripe común también se contagia fácilmente, también mata. Y el gobierno no prohíbe a la gente salir a la calle por temor a que se contagie. En el país donde vivo, cincuenta millones se infectan cada año y cincuenta mil mueren de gripe común. Ahora, por el coronavirus, podríamos morir doscientas mil, según el doctor Fauci. ¿Justifica eso que el gobierno nos prohíba salir a la calle? ¿Cincuenta mil muertes por gripe común son aceptables, pero doscientas mil por coronavirus son inaceptables? ¿Las primeras cincuenta mil muertes valen menos que las últimas cincuenta mil? ¿Quién traza la línea entre lo aceptable e inaceptable? El gobierno. ¿Y qué es el gobierno? Diez o quince personas asustadas. ¿A qué temen? Al repudio masivo. Al decretar la cuarentena, ¿los señores del gobierno quieren salvar nuestras vidas, o salvar sus vidas públicas? Pero, sobre todo, cuando el gobierno nos dice entrégame tu libertad, que yo cuidaré tu salud mejor de lo que tú mismo podrías cuidarla, ¿es eso cierto? ¿Quién cuida mejor mi salud? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tiene temor de que me contagie? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tiene miedo de que muera? ¿El gobierno o yo? No quiero contagiarme, no quiero morir. Haré todo lo posible para no contagiarme, no morir. No necesito que el gobierno me lo recuerde. Es el instinto humano más poderoso, el de sobrevivir.

Los enemigos de Barclays le dicen: al defender tu libertad sobre el bien común y la salud pública, estás siendo irresponsable, egoísta. Lo azotan con el látigo moralista: tú tienes derecho de exponerte a los riesgos de contagiarte, pero no de contagiar a otros. Barclays piensa: nadie debería estar obligado a quedarse en casa, como nadie debería estar obligado a salir de casa. Si salgo, corro el riesgo de contagiarme. Pero si otro decide quedarse en casa, ¿cómo podría yo contagiarlo, a no ser que invadiera su casa? Ahora bien, yo podría contagiar, sí, a otra persona que, como yo, elige libremente el riesgo de salir de casa, pero ese riesgo funciona de ida y vuelta, porque esa persona, al salir, también podría infectarme a mí. Ambos corremos libremente ese riesgo. ¿Debe el gobierno, en aras de cuidar nuestra salud, prohibirnos salir de casa? Si lo hace, ¿por cuánto tiempo debe hacerlo? Porque el virus no se irá en dos semanas, ni en cuatro, ni en ocho. Solo se irá, si acaso, cuando encuentren la vacuna, y eso podría tardar un año. Entonces, ¿debe el gobierno prohibirnos salir a la calle durante medio año, o un año, con el argumento de que cuida nuestra salud mejor que nosotros mismos? Barclays se preocupa: Y todas esas semanas o meses que el gobierno nos tendrá en cautiverio, bajo arresto domiciliario, ¿quién pagará mis cuentas? ¿El gobierno o yo? ¿Quién comprará mis comidas, mis bebidas, mis medicinas? ¿El gobierno o yo? Y si, por no ir a trabajar, me despiden, ¿quién pagará mi sueldo? ¿El gobierno? El gobierno no pagará mi sueldo. Como mucho, me dará un bono, un regalo simbólico. Entonces, ¿quién pagará los costos de prohibirme trabajar, de quedarme desempleado? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tendrá que usar sus ahorros para subsistir? ¿El gobierno o yo? Debido a que el gobierno quiere cuidarme la salud y evitar a cualquier precio que me contagie del coronavirus, me quedaré sin trabajo, sin sueldo, sin ahorros, sin futuro laboral. ¿No hubiera sido menos malo, menos dañino, contraer la gripe, derrotarla, volverme inmune, pero preservar mi trabajo, seguir cobrando mi sueldo, no vaciar mis ahorros, no quedarme en bancarrota personal y familiar? ¿Quién debe decidir si quiere trabajar a riesgo de contraer la gripe, o si prefiere no trabajar para no correr el riesgo de contraerla? ¿El gobierno o yo? Si a las personas pobres, sin ahorros, sin casa propia, sin empleo formal, les damos a elegir, en el uso de su propia libertad, si prefieren continuar trabajando a riesgo de enfermarse, o si prefieren quedarse indefinidamente en casa, sin trabajar, sin ganar dinero para subsistir, para no enfermarse, ¿qué escogerían? Probablemente, salir a trabajar, agriparse, derrotar al virus, volverse inmunes, pero subsistir, no perder el empleo, no morirse de hambre. Barclays piensa: Cuando levanten la cuarentena, el virus no habrá desaparecido. Pero muchos se habrán quedado sin trabajo, sin ahorros. Y saldrán a trabajar, a subsistir. Y el riesgo de enfermarse no habrá sido conjurado: solo habrá sido pospuesto, aplazado.

Barclays concluye: Si, tarde o temprano, con cuarentena o sin ella, todos estaremos expuestos a la enfermedad, entonces no carece de lógica pedirle al gobierno que deje que cada ciudadano decida si quiere salir de su casa, trabajar. ¿Es mejor estar en casa, desempleado y arruinado, pero sin la gripe, que trabajando y cobrando un sueldo, aunque expuesto a la gripe? Enojado con el gobierno que pretende cuidar su salud y gobernar su cuerpo, Barclays sentencia: Prefiero ser un hombre libre, aunque pasajeramente enfermo, que un prisionero con buena salud.

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