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El factor tampoco, tampoco

"La vinculación entre el joven político y la frase popular podría no significar nada más allá de lo anecdótico, calificativo que abarca más del 95% del acontecer nacional, incluida la circuncisión de ‘Chibolín’".

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(Midjourney/Perú21)
(Midjourney/Perú21)
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Tampoco es un adverbio que rebota al llegar a la letra eme. Así llama la atención respecto a su doble razón de ser: negar algo después de haberse negado otra cosa.

Tampoco, tampoco es una locución que reduplica esta negación, llevándola hacia los terrenos de la hipérbole humorística, el calambur y el misterio.

Tampoco, tampoco es, además, la frase más célebre y representativa del pensamiento político de Kenji Fujimori, hijo menor de la dinastía partidaria fundada por su recientemente fallecido padre, Alberto.

La vinculación entre el joven político y la frase popular podría no significar nada más allá de lo anecdótico, calificativo que abarca más del 95% del acontecer nacional, incluida la circuncisión de ‘Chibolín’. Al mismo tiempo podría significar todo.

Kenji tenía 10 años cuando su padre llegó al poder. Su temperamento travieso y amante de los animales —combinación combustible— lo posicionó rápidamente como protagonista de los márgenes de la historia.

Refiere el mito que Kenji criaba tarántulas, boas y ranitas venenosas en Palacio de Gobierno. Tenía más de un perro. Uno de ellos, de nombre Tauro, estelarizó una simulación erótica en video, posiblemente sobredimensionada. Los púberes hacen cosas peores con frutas y almohadas.

Puñete era otro perro que nada tuvo que ver en dicho trajín. Este se extravió en Las Palmas, cuando la familia se mudó a vivir al Servicio Nacional de Inteligencia. Se perdió o se escapó. El instinto canino es infalible.

En ese búnker, Kenji confirmó que su rebeldía no conocía temor ni límite. Registró lo que nadie hubiera podido hacer durante el fujimontesinismo: filmó en primerísimo primer plano la calva de Vladimiro Montesinos.

En ese acto reveló el intrincado peinado que le hacía su secretaria y ocasional amante, Matilde Pinchi Pinchi. Ella, presa de los celos, fue quien entregaría luego los vladivideos que harían colapsar el régimen. Kenji documentó para la historia el inadvertido Aleph de ese derrumbe.

Siempre con la lupa sobre su persona, su despertar sexual también fue motivo de mitología. Se le atribuye a Montesinos, que lo odiaba de diversas formas, facilitarle el rito iniciático, que debidamente filmado sería útil herramienta de chantaje, dada la usual mediocre performance de la primera vez.

Se rumorearon varios nombres de las vedettes elegidas para la ocasión. La principal sospechosa de ese acople armado era la vedette Haydé Aranda, que hacía crujir escenarios bajo el nombre de batalla de la ‘Pamela Anderson de Cajamarca’.

En el año 2014 Aranda compareció ante el detector de mentiras de El valor de la verdad. Hizo algunas revelaciones: había ido al chifa con Montesinos, este le regalaba sobres con cuatro mil soles, y había pernoctado en el hostal Melody con el presidente Alejandro Toledo. El Colegio de Gastroenterólogos del Perú evidenció su admiración ante la fortaleza estomacal de la señora Aranda.

Pero, al ser preguntada sobre si había sido ella quien le había dado fin a la castidad de Kenji, ella respondió que no. Este, viendo el programa por televisión, tuiteó “tampoco, tampoco”, dándole pleno uso al término. Su alivio reposaba en no haber coincidido anatómicamente con apéndice alguno del expresidente Toledo.

No todo es risible. El fujimorismo divide la opinión pública peruana desde hace tres décadas, cuando el finado Alberto diera un golpe de Estado con el que empezó a borrar con una mano lo que había hecho con la otra. Traumáticamente esto generó un dilema moral y un agujero negro del cual no podemos o no queremos salir.

Mientras para unos lo virtuoso hecho con anterioridad al golpe es imborrable, para otros lo execrable hecho después es imperdonable: el eterno debate de si el fin justifica los medios.  

Este callejón al que no se le busca salida nos convoca y divide desde hace 32 años. La cifra está por encima de la expectativa de vida promedio en la antigua Roma.

Kenji se enfrentó a su hermana e incurrió en delito cuando en 2017 hizo todo lo que pudo por sacar a su padre de la cárcel. Se le ha visto llorar su partida con dolor y sin cálculo, algo a lo que Keiko nos tenía desacostumbrados, generando una empatía que no se sabe si tendrá repercusiones políticas. El futuro del fujimorismo es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un táper.

Los hechos matan opiniones. Kenji ha sido dos veces el congresista más votado del país. Logró más de 380,000 votos en 2011. En esa misma elección Verónika Mendoza tuvo 47,000 votos. Fue reelecto en 2016 superando los 325,000 votos. Indira Huilca llegó a los 27,000.

Tal como la selección de Costa Rica en el Mundial de Brasil 2014 o el tartamudo y cojo emperador Claudio César Augusto Germánico, Kenji siempre ha tenido algo a su favor: ser subestimado. Tampoco, tampoco.