El “Efecto Chile”. (Reuters)
El “Efecto Chile”. (Reuters)

Sudamérica atraviesa momentos de conmoción social. Desde los levantamientos democratizadores de la década del 80, no recuerdo otra coyuntura con tantas demandas movilizadas simultáneamente. Tres de los cinco países con los cuales Perú tiene límites, son los protagonistas de la actual tendencia. Me refiero a la reaparición contenciosa del movimiento indígena en Ecuador, a la abrupta salida (“contra-golpe”) de Evo Morales en Bolivia y a la inminencia de un proceso constituyente en un Chile tomado por violentas manifestaciones.

Los dos últimos casos plantean las mayores probabilidades de influencia en la dinámica política peruana. La renuncia del presidente boliviano deja a nuestro “Sur radical” (ejemplo, Aduviri) sin su más clara fuente de recursos ideológicos, políticos y materiales, al menos temporalmente. Pero es el “efecto Chile” el que impactará con mayor fuerza en nuestro medio. Dado que nuestro modelo de instituciones económicas ha bebido mucho del éxito sureño, la resolución de la crisis del pacto social posdictadura abrirá un referente para nosotros.

Aunque el proceso constituyente chileno será muy distinto del bolivariano –hasta hoy, paradigma zurdo–, la crítica al “modelo” como fuente de legitimación de dicho proyecto refundacional sirve de aglutinante que normalmente carece la izquierda peruana. La crisis chilena aporta “evidencia” para su crítica al “neoliberalismo”, lo cual explotará en el debate público. De modo que la politización de la desigualdad podría colarse en la agenda electoral venidera. Además, la aceptación de un proceso constituyente por la mayoría de fuerzas políticas chilenas insufla nuevos bríos a la trajinada prédica de la izquierda local de reemplazar la Constitución del 93. Sin embargo, ¿cuál es el “modelo” alternativo y viable que propondrá? ¿O es que la crítica se quedará en el efectismo del proselitismo electoral?

Menor, empero, será el influjo del “efecto Chile” en el movimientismo local. La probabilidad de “contagio” es baja. A diferencia del vecino austral, el tejido social peruano es débil como recurso de movilización sostenida. En nuestra racionalidad, la lucha contra la desigualdad es individualista y emprendedora –para bien o para mal–, mientras que la extendida formalidad laboral chilena imprime una salida colectiva y de reclamo de intervención estatal. La conflictividad social peruana es fragmentada y descentralizada, lo cual dificultad la capacidad de agregación de intereses. En contraste, la protesta chilena es más sectorial (ejemplo, No + AFP) y centralizada (Santiago ha contenido la más alta concentración de protesta callejera en la última década).

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