Foto: GEC
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Grace Van Owen era una fiscal exitosa en Los Angeles. Su habilidad estaba acorralando a un acusado. El abogado era de renombre, pero balbuceaba cada defensa y erraba cada argumento. En los alegatos finales, la fiscal fue tan contundente que el reo iría a prisión sí o sí. Se sentía orgullosa de haber destrozado la defensa. Sin embargo, cuando le tocó el turno, el abogado reconoció que su trabajo había sido tan malo que constituía un vicio procesal grave, porque el acusado, al no tener una defensa apropiada, tampoco había tenido un juicio justo. El juez liberó al acusado. A falta de mejores pruebas, el abogado construyó su propia negligencia como el mejor argumento para salvar al acusado. Ocurrió en un capítulo de alguna temporada de LA Law o Se hará justicia, de mediados de los ochenta. Aprendí, desde entonces, a desconfiar de los errores evidentes, porque pueden no ser torpezas ni ignorancias, sino maniobras premeditadas para conseguir resultados imposibles.

En el Perú de estos días se ha invertido la figura. Esta vez son los fiscales los que muestran errores enormes en la acusación por lavado de activos contra Keiko Fujimori y otras 40 personas. Un análisis sin pasiones determinará que los hechos imputados no son delito. Todo lo que se atribuye a Keiko y a su partido, en el peor de los escenarios, son irregularidades electorales que causan multas y no los 30 años de prisión que el fiscal ha pedido.

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Si lo que revienta es la conducta política de Keiko, habrá que precisar que, sea cual fuese la opinión, tampoco es delito ni es investigada en el proceso. Por último, muchos de los acusados han aportado pruebas en contra de las hipótesis fiscales y no hay explicación alguna para que sigan involucrados. Pero si esto es así, si lo razonable es que dentro de un tiempo el juez desestime la acusación fiscal, o la reconduzca hacia faltas menores, entonces ¿por qué se ha acusado?

Salta a la vista que no se pretende la prisión de tanta gente, sino lesionar su honor levantado durante toda una vida. Para la gente de bien eso duele mucho más que la cárcel. Se busca, por tanto, amedrentar con el vejamen para alejar a los mejores de la política. Se intuye también que alguien tiene el control para imponer sutilmente su propio juego, que vaya uno a saber cuál es, y que le importan poco las leyes y los procesos. Eso es lo grave, porque si la justicia no funciona y ya no creemos en ella, la vida será cruda arbitrariedad. El futuro en democracia no lo jugamos en las elecciones de abril, sino en procesos como este.

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