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La vibrante presentación que, más allá de tecnicismos jurídicos, tuvo lugar durante la audiencia que se desarrolló hace dos días –de manera virtual– en el 11° Juzgado Constitucional de la Corte Superior no dejó indiferente a nadie.

“Soy Ana Estrada, tengo 44 años, soy peruana. A los 12 años me diagnosticaron polimiositis, una enfermedad autoinmune, degenerativa, irreversible y progresiva que afecta principalmente los músculos y va debilitando el cuerpo por completo… No puedo mover absolutamente nada de mi cuerpo. Si algo me incomoda, necesito que lo hagan por mí. Dependo totalmente de mis padres, que son adultos mayores… La razón principal de mi demanda es que quiero la libertad de poder elegir cómo, cuándo y dónde poder morir”.

Ana Estrada planteó, hace casi un año, una acción de amparo contra el Estado peruano para que se le conceda el derecho a una muerte asistida, ya que ella considera que el “infierno” de dolor y sufrimiento que le aguarda –su enfermedad es incurable– no es una vida que merezca tal nombre, como explicó detallada y lúcidamente a Perú21.

El ministro de Justicia y la Defensoría del Pueblo han respaldado su demanda ante el artículo 112 del Código Penal, que incrimina a quien asista a una persona que pone fin a su vida. El juez que ve su caso, Jorge Ramírez Niño de Guzmán, sin embargo, no la tiene nada fácil. La Procuraduría del mismo ministerio, así como la defensa del Ministerio de Salud se han opuesto a que se le conceda, pues alegan que la decisión corresponde a una instancia más elevada, como el Congreso de la República, no al Poder Judicial.

Lo cierto es que, como ciudadana y como ser humano en pleno ejercicio de sus facultades mentales, a Ana le asiste el derecho, en términos estrictamente éticos, a una vida y a una muerte digna, por mucho que el tema no esté fijado ni en nuestra Constitución ni en el Código Penal.

El Estado no debería interferir en lo que es potestad absoluta, libre albedrío, de cada individuo, y menos en el contexto específico en que esta libertad esencial –una decisión serena, meditada– se está invocando.



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