El problema de inseguridad ciudadana que estamos viviendo en el país ha llegado a ribetes impensables, porque el crimen organizado se siente en su garbanzal con todas las facilidades que le ha dado este Congreso, que ha aprobado leyes para favorecer a los delincuentes e incentivar las economías ilegales en el país. Todo está servido para que el crimen escale y el Gobierno ha hecho todo al revés, intencionalmente. Por eso mantienen en el cargo de ministro del Interior a un impresentable.
Dizque hay que aprender a convivir con la delincuencia; entonces, no se les ha ocurrido mejor idea que lanzar nuevas campañas con nombres rimbombantes, un nuevo equipo especializado de la Policía para atender específicamente las extorsiones que tienen en vilo a los transportistas del servicio público. El Congreso no se queda atrás, pretende aprobar una nueva ley para tipificar el delito de terrorismo urbano, supuestamente para hacer frente a esta ola delincuencial de extorsiones; todo suena bonito, pero se evidencia la improvisación y la falta de capacidad para abordar los problemas de fondo.
Como se darán cuenta, todas estas medidas son inmediatistas, al paso, ante la incapacidad del Ministerio del Interior para liderar una cruzada de lucha contra el crimen organizado. Aquí lo que manda es el populismo y el cortoplacismo, no se dan cuenta de que se requiere del concurso de todas las instituciones involucradas para hacer frente a la delincuencia y que, para ello, se requiere de la voluntad política de las autoridades.
Pretenden sorprender a la opinión pública, una vez más, como ocurrió con el mensaje de 28 de julio, cuando se anunció el cambio de nombre del Mininter. Supuestamente, era para mejorar su imagen y tener una especialización en temas criminales, pero todo no pasa de ser pura demagogia y desconocimiento de la problemática.
El Gobierno tiene que entender que, hoy, el problema tiene un nombre y es el ministro del Interior, Santiváñez, el engreído de Palacio. ¿Hasta cuándo lo van a seguir manteniendo? Es como si el ministro tuviera patente de corso para hacer lo que se le venga en gana, después de haber cumplido con tumbarse a la Diviac y arrinconar a oficiales valientes como el coronel Colchado, acción que ha sido devastadora para la moral de la Policía, al ver que sus colegas más destacados y probos son arrinconados por la corrupción y las mafias en el poder.