Como toda megaplaga, esta pandemia tendrá efectos importantes en la humanidad, salvo que se descubra una vacuna o un fármaco que le extermine rápida y definitivamente: la Peste Negra aceleró el fin de la Edad Media y La Gran Guerra de 1914-18 aumentó las ganas de vivir y de experimentar, pariendo a los alegres y liberales Años Veinte. Este coronavirus remecerá la economía, las costumbres y la política. Países –como Egipto, España, Italia– y sectores –cruceros, aerolíneas, hoteles– que viven tanto del turismo quedarán devastados. En cuanto a las costumbres, probablemente nos volveremos mucho más distantes: adiós a saludos con besos, aventurillas, abrazos y apretones de manos, adiós a todo lo que significa tocarse, especialmente con desconocidos (sea social o sexualmente).

En cuanto a lo político, este coronavirus reforzará la xenofobia (especialmente la sinofobia) desde la derecha y la violencia de los sectores descontentos desde la izquierda. Votar será más difícil por las aglomeraciones y por eso habrá aún más abstencionismo: a corto plazo veo complicado que se hagan el referéndum en Chile, las elecciones bolivianas o las ilusas peruanas primarias abiertas de partidos (que nos quiere embutir Tuesta).

Otro efecto que podría darse es el retorno de los militares al poder. Con tamaña emergencia, Bolsonaro bien podría cerrar el Congreso e instaurar una larga dictadura cívico-militar. Dado el enorme peso individual de Brasil, su posibilidad de jugar la alternativa carta china y la debilidad europea, solo un EE.UU. gobernado por demócratas podría desbaratar un proyecto autoritario así, que ya vimos funciona indemne en países de peso geopolítico mundial mediano, similar al brasileño (Tailandia o Turquía). Es más, no descarto un retorno militar en los convulsos Chile o Bolivia.