Por: Mauricio Aguirre

Salgo de mi casa, tengo que hacer las compras. Es viernes de hombres que le dicen. Llego y me pongo en la fila. Hay que esperar. Tener paciencia. La cola es larga y avanza con lentitud. Veo mi celular. Me aburro. Algo llama mi atención. Alguna gente llega en sus autos y camionetas. Pienso. ¿No se supone que está prohibido circular en vehículos, salvo para ir a trabajar? Es un barrio acomodado.

Veo la tele y la imagen se repite a diario. Gente circula en la calle sin autorización. La policía los detiene, los suelta y regresan a la calle. Se quejan. Tienen que trabajar porque viven del día a día. Otros, sólo disfrutan desobedeciendo la ley. Es un barrio popular.

¿Qué une a las personas descritas en estas dos situaciones? A su manera, el Estado les jode, los fastidia.

El del barrio acomodado ve al Estado como algo funcional. Lo busca de acuerdo con sus intereses. Siempre trata de sacarle la vuelta a sus normas en beneficio propio. El bienestar común no es su prioridad.

El de barrio popular la tiene más difícil. Es un sobreviviente a pesar del Estado. Nunca le dio nada y tampoco le pidió nada para poder salir adelante. Huye del Estado porque solo le trae problemas, ningún rédito. Igual como pasa con el del barrio acomodado. El bienestar común tampoco es su prioridad, pero por razones diferentes.

El Estado solo sabe chuparnos la sangre. Nos pide todo y no nos da nada, o casi nada. Desde siempre, cual pandemia, ha estado repleto de historias de indolencia.

Con la crisis del corona- virus el Estado nos pide ser solidarios, pensar el Perú como una gran familia. Y está bien. Cual masoquistas, hasta recibimos los martillazos con gusto.

Eso no será suficiente en el futuro. El Estado también está obligado a aprender las lecciones que nos deja esta pandemia. Deberá pensar en serio en el bienestar común. Ser el amigo infiel que solo te busca en tiempos difíciles tiene un límite. Y es un tema de supervivencia.