Para nadie es un secreto que los negociados con el combustible han sido, más de una vez, la perdición de notorias carreras en nuestras Fuerzas Armadas y Fuerzas Policiales, pero la evidencia apunta a que en el Ejército Peruano (EP) las lecciones que han dejado estos escándalos son muy difíciles de asimilar.

Un mal entendido espíritu de cuerpo hacía, por ejemplo, que, en los años de la dictadura fujimorista, los militares cerraran filas ante las sucesivas denuncias de corrupción y violaciones de derechos humanos que surgían alrededor de la camarilla de generales y coroneles que juraron lealtad a Vladimiro Montesinos y a Alberto Fujimori. Con el retorno de la democracia se logró encarcelar, o por lo menos procesar, a casi todos los oficiales corruptos, aunque debe decirse que ciertos vicios que lastran a las instituciones nacionales son duros de erradicar.

Imposible explicarse de otra manera el hostigamiento que sufrió el general EP Francisco Vargas Vaca cuando, desde la Dirección Logística del Ejército, investigó y luego denunció el millonario robo de combustible que hace poco llevó a prisión, tras no tan larga fuga, al excongresista y general –no precisamente de la División Blindada, pero sí uno de los “blindados” por la mayoría aprofujimorista– Edwin Donayre. Es sabido que la cúpula militar afín a Donayre tildaba de “traidor” al general Vargas Vaca, quien, además, tuvo que pasar por un rechazo social en ciertos círculos de mando, así como traslados laborales insólitos para un oficial con su impecable foja de servicios.

Esta vez fue la Policía y la Fiscalía las que han logrado desarticular a una mafia integrada por 25 miembros del Ejército, entre ellos cuatro generales, que venían traficando la gasolina de la institución. Se calcula que entre los años 2013 y 2018 habrían negociado hasta 3 millones y medio de soles, un millón más que la banda de su antecesor, el general del peluquín.

El ministro de Defensa, general de división (r) Walter Martos, ha anunciado sistemas digitalizados de control de combustible para evitar estas tentaciones en las FF.AA. Lo más importante, sin embargo, será quizás que los servicios de inteligencia de cada arma también le dediquen un tiempito a apoyar las labores de inspectoría interna, pero, sobre todo, que ningún uniformado vuelva a confundir una tradición tan honorable como el espíritu de cuerpo con el encubrimiento de los delitos de sus superiores o colegas de armas.