La caída del ministro de Educación fortalece la democracia y el equilibrio de poderes en el Perú. El profesor Carlos Gallardo tendrá que salir del cargo por la puerta falsa y no porque el presidente Pedro Castillo lo hubiese echado en un impensable arrebato de sensatez o porque él hubiese renunciado al asumir la responsabilidad política por todo lo que pasó en su sector.

Nada de eso. Se va gracias las fuerzas democráticas e institucionalistas del Congreso, poder del Estado que desde algunos sectores políticos y mediáticos afines al precario e incompetente gobierno de Castillo intentan socavar día a día. El proceso de interpelación fue concluyente y prístino, el ministro no tuvo cómo absolver los graves cuestionamientos, los representantes votaron y… adiós, pampa mía.

Gallardo sale también gracias a la prensa independiente y seria que ventiló sus conexiones con el Movadef, documentadas hasta el hartazgo y apoyadas, de cerca o de lejos, por el propio jefe de Estado. Su posición contraria a la reforma magisterial lo llevó incluso a sabotearla desde dentro: sus palabras sobre el tema no necesitan mayores despliegues; bastó con poner en evidencia el abandono de la educación pública para comprobar que su única preocupación era sindical, teniendo como eje a la Fenatep, con la única intención de favorecer a los maestros que habían desaprobado las evaluaciones previas. Cero interés por la calidad de los aprendizajes o el alumnado.

Y, más recientemente, el escándalo de la filtración de las pruebas a los docentes, destapado también por la prensa independiente, chanchullo en el que hasta su hija habría participado. Sin olvidar que, como ministro, ni siquiera se esforzó en defender con firmeza a la Sunedu del enésimo intento de tumbársela o maniatarla a través de los lobbies que las universidades bamba mantienen en el Congreso.

La censura al ministro de Educación no ha sido una vendetta política que dio la espalda al país, como la que en 2016 se produjo contra un brillante profesional como Jaime Saavedra, por obra del fujimorismo. Esta vez ha caído un incompetente al que los estudiantes, los escolares, jamás le interesaron.