(Fotos: Juan Sequeiros)
(Fotos: Juan Sequeiros)

La naturaleza vuelve a ensañarse con los peruanos. Esta vez ha sucedido en Tacna y el Cusco, pero la amenaza de desastre pende sobre otras zonas vulnerables del país, especialmente en Puno y Arequipa. La temporada de lluvias ha empezado a mostrar su ferocidad. Y, a todo esto, la respuesta de las autoridades, por enésima vez, queda casi totalmente extemporánea e insuficiente. Los desastres climáticos no necesariamente se pueden predecir en su totalidad, pero una adecuada prevención siempre amortiguará sus efectos cuando estos se salgan de control.

Solo en Santa Teresa, valle de La Convención, Cusco, el aluvión ha dejado nada menos que 1,500 damnificados, un muerto y 30 desaparecidos. En el distrito del Alto de la Alianza, Tacna, el huaico ha dejado 3,000 afectados y 300 viviendas dañadas. Ambas zonas eran ya consideradas de alto riesgo por los especialistas y sin embargo se hizo poco o nada al respecto. Allí mismo, en Tacna, el primer ministro Vicente Zevallos, quien se había desplazado al lugar del desastre con un equipo de la PCM, declaró incluso que no contaban con suficientes maquinarias para remover los escombros en la zona, lo que, por supuesto, encendió aún más las alarmas.

El Indeci ya ha declarado alerta roja en 6 regiones por las fuertes lluvias y el consiguiente aumento de caudal de ríos y quebradas: Arequipa, Moquegua, Tacna, Puno, Cusco y San Martín. En Arequipa ya se están registrando inundaciones en distintas ciudades y, en Puno, en el Alto Inambari, han colapsado puentes y carreteras debido a deslizamientos de tierra, generando además desabastecimiento entre los pobladores. El panorama no es, pues, nada auspicioso para estas regiones del país. Las zonas que todavía resisten los embates de la naturaleza puede que entren en crisis en cualquier momento, cuando se desborden la defensas. Pende sobre estos poblados una espada de Damocles que puede caer sobre sus casas antes de que usted termine de leer esta columna.

No es posible que, año a año, estas tragedias se sucedan sin que autoridades regionales y locales se organicen o dispongan medidas para prevenirlas, para defender a sus pobladores de una adversidad que todos sabemos puede llegar mañana mismo.

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