La desconexión de Castillo y sus erráticas políticas de Estado con las necesidades del país real se hace patente también en los sondeos de opinión pública. (Foto: GEC)
La desconexión de Castillo y sus erráticas políticas de Estado con las necesidades del país real se hace patente también en los sondeos de opinión pública. (Foto: GEC)

El colofón de estos días de disturbios y movilizaciones sociales, que seguramente continuarán hoy, ya que otros gremios han anunciado que se plegarán a las protestas, es la deslegitimación total del presidente de la República, . Un mandatario sin liderazgo ni autoridad que ya no inspira confianza a nadie y que hasta el día de hoy continúa sin encontrar salidas a una crisis que su propia incompetencia ha agudizado.

La gente lo hizo notar en las calles de Lima la tarde del martes, al desafiar flagrantemente una orden de inamovilidad a todas luces inconstitucional y caprichosa, producto solo de la improvisación, como casi todo lo que rodea a este gobierno. La gente marchó expresando su rechazo a la medida en distintos puntos de la ciudad, exigiendo a viva voz la salida de Castillo.

Conviene, no obstante, separar aquí la paja del trigo entre los ciudadanos que, hartos de tanta demagogia –que dañan la economía de las familias peruanas, erosionan la credibilidad de nuestras instituciones y debilitan la democracia– salieron a marchar pacíficamente; de aquellos vándalos que, aprovechando el caos y el desgobierno, salieron a cometer fechorías y actos de violencia inaceptable.

La desconexión de Castillo y sus erráticas políticas de Estado con las necesidades del país real se hace patente también en los sondeos de opinión pública. Según la encuesta de Datum, que publica Perú21 en esta edición, la aprobación presidencial ha caído debajo del 20%, mientras que la desaprobación trepó al 76%, es decir, 7 u 8 de cada 10 peruanos rechaza al gobierno.

En estas circunstancias, como señalan no pocos analistas y actores políticos, a Castillo le quedan únicamente dos alternativas: o se decide a darle un giro total a su gestión, convocando a profesionales capacitados y de prestigio para gobernar sin seguir afectando más al Perú –lo cual, a juzgar por la solidez de la evidencia, es casi un imposible– o anuncia de una vez por todas que renunciará el cargo.

Ya no le queda otra. Que no lo engañen sus asesores, la cuenta regresiva ha comenzado.