(Foto: Presidencia)
(Foto: Presidencia)

Si la designación de Aníbal Torres como asesor de la PCM generó malestar, su ascenso meteórico a la jefatura del gabinete de asesores ha despertado un unánime rechazo en la clase política local. Casi una provocación en regla.

La explicación es sencilla. A través de su nuevo cargo Torres ejercerá una suerte de premierato paralelo, aunque esta vez desde las sombras. Esa zona fantasma, semiclandestina –en las antípodas de la transparencia a que se debe todo funcionario público– tan propicia para los negocios de Pedro Castillo, allegados y paisanos.

Es decir, el ADN belicoso y confrontacional del gabinete y el gobierno con los otros poderes del Estado se mantendrá como línea política. Por mucho que Betssy Chávez se afane en paporretear una inverosímil retórica conciliadora, extendiendo ramas de olivo al Congreso, no hay quién le crea. Menos a estas alturas del partido

Insistía la flamante premier, por ejemplo, que lo de la segunda cuestión de confianza era solo “un rumor”, pero al mismo tiempo designaba como su principal asesor al autor intelectual de la mañosa leguleyada de la “denegación fáctica” con la que se ha puesto en jaque al Legislativo.

La movida es clarísima. El plan de buscar el cierre de Congreso para librar al mandatario de sus contenciosos con la justicia y facilitarle, de paso, la realización de sus descabellados proyectos políticos, no ha sido descartado en absoluto. El relevo del gabinete ha sido únicamente una permuta de rostros. Sin ir muy lejos, y a poco más de 48 horas de haber sido nombrado, el ahora asesor Aníbal Torres volvió a atacar los parlamentarios (“pónganse a trabajar”) y a los medios independientes, tildándolos de “ignorantes”.

El monstruo, pues, está vivo. La democracia peruana continúa en la mira del Ejecutivo.

Esperemos que las bancadas institucionalistas en el Congreso no pisen el palito y eviten comerse el cuento. El arte del engaño sigue en marcha. La amenaza se mantiene.