(USI)
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Después de cinco días de debate, el Pleno del Congreso aprobó ayer el informe final de la comisión Lava Jato. Se votó por separado el informe de cada obra investigada, incluidos la irrigación de Olmos, el Corredor Interoceánico Sur, el tren eléctrico, el proyecto Línea Amarilla, la central hidroeléctrica de Chaglla y el hospital Lorena del Cusco.

Si bien hubo bemoles en ciertos capítulos de los once revisados, en ningún caso el voto en contra o la abstención tenía alguna opción de ganar.

Enhorabuena, la sesión culminó sin la tensión ni las escaramuzas verbales de las jornadas previas, donde los epítetos exasperaron a quienes seguían las incidencias en el hemiciclo y ahondaron la mala percepción que un importante sector de la población tiene respecto al Parlamento.

Los lamentables insultos y gestos que usaron algunos congresistas durante la semana para atacar a sus rivales dieron, otra vez, vergüenza ajena. Con razón muchos ciudadanos no se sienten representados por quienes ocupan una curul.

En esta reciente coyuntura, cuando saltan a la vista problemas en el Legislativo, como en otras ocasiones pretenden algunos dejar mal parada a la prensa, incluso diciendo falsamente que los medios no cubren ni reportan los hallazgos de la comisión investigadora de Lava Jato.

Son posturas de grupos de parlamentarios que, lejos de buscar el norte de la sensatez, prosiguen con más bulla que razones, lo que solo lleva a su desprestigio.

Ello puede verse, por ejemplo, en las cifras de percepción sobre esa institución que mostramos en la encuesta del Latinobarómetro que les presentamos hoy. Si bien los Congresos son entidades que, en general, no gozan de la mejor imagen, la del nuestro tiene muy bajos indicadores.

Supuestamente son tiempos de conciliación, pero las acciones aún no lo muestran totalmente. Es momento de cerrar este capítulo de confrontación y trabajar en las urgencias del país. El Perú ya no quiere papelones.