Martín Vizcarra. (Foto: Presidencia)
Martín Vizcarra. (Foto: Presidencia)

El mes de abril registró un crecimiento económico de solo 0.02%. Esto, han explicado varios expertos, puede tener que ver con la toma de mando de las autoridades regionales, provinciales y distritales y su poca pericia para ejecutar el gasto público.

Sin embargo, la cosa parece ir más allá. Ya más de un notario me ha comentado que hay una disminución importante en las constituciones de sociedades anónimas y que, más bien, este tipo de documento ha sido reemplazado por consolidaciones de patrimonio familiar y anticipaciones de legítima. Es decir, los ciudadanos están empezando a proteger su patrimonio.

La cuestión con las recesiones –y hemos vivido varias– es que suelen tener las características de una tragedia griega: se nos anuncia lo que pasará si no enmendamos el paso a tiempo, y por más intentos que hagamos, terminamos por caer en las fauces del lobo que al inicio fuera anunciado.

Las recesiones se anuncian solas y la gente ya está empezando a hablar de que nuestra economía está paralizada y que es necesario tomar medidas urgentes. Lo bueno es que el presidente Vizcarra y su gabinete tienen varios proyectos privados por destrabar que generarían una importante expansión en la economía. Pero es político.

Digo que el asunto es político porque Tía María, Las Bambas y los demás proyectos que están en fila se han visto truncados en más de una oportunidad por los propios habitantes de la zona y esto hace imposible que la empresa privada pueda rentabilizar su inversión.

Esto, a su vez, genera dos problemas: el primero es que el Estado deja de percibir los ingresos que estos millonarios proyectos reportarían y el segundo, quizás más grave, es que queda enrarecido el ambiente para posibles inversionistas que ven (o veían) al Perú como una plaza atractiva para recepción de capitales extranjeros. En las manos del presidente está.

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