El crecimiento del PBI, de 2.2% para 2019, es magro para las potencialidades del país (a inicios de 2019 se proyectaba 4%) y, aunque algunos prevén que 2020 puede ser más dinámico, es incierto considerando que es un año preelectoral con nuevo Congreso y un presidente que se ha enfocado en la lucha anticorrupción, mas no en el crecimiento económico (pues grandes proyectos mineros continúan en pausa, como Tía María y Las Bambas).

El crecimiento de 2019 no solo es el menor en 10 años, sino en 19 (sin contar 2009, por la crisis global). El conformismo del Ejecutivo preocupa. Haría bien en referirse no solo a la corrupción y las reformas política y judicial. El Plan Nacional de Competitividad y Productividad ayuda, pero su sola publicación es insuficiente.

La inestabilidad regional con bajo crecimiento en Brasil, Chile, Argentina (-2%), Uruguay y México o el descalabro económico venezolano no sirven de consuelo para justificar nuestras mediocres cifras. Tampoco la guerra comercial, incorporada en los cálculos de inicios de 2019.

Es necesario redoblar esfuerzos para captar inversión privada porque un peso importante del crecimiento se sostiene en esta. El sector privado está afectado por Lava Jato, el Club de la Construcción y aportes de campaña, y empaña la transparencia; debe reconciliarse con el país y la ciudadanía.

Para mejorar la proyección 2020 se requiere más inversión privada (mejorar producción minera), un sector externo con menor incertidumbre tras la guerra comercial (mejor precio de metales), manejo efectivo de conflictividad política y social, y una ejecución eficiente de la inversión pública (porque Salud y Educación ejecutaron solo 42% y 57.2% de su presupuesto en 2019).

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