Pedro Francke juró ayer como ministro de Economía. (Foto: AFP)
Pedro Francke juró ayer como ministro de Economía. (Foto: AFP)

Inconcebible. A tres días de haberse iniciado el mandato de Pedro Castillo y un día después de haber juramentado –casi al filo de la medianoche y sin testigos que no fueran acreditados por el Ejecutivo– a un primer gabinete de gobierno incompleto, pegado con mocos y babas, el presidente tomó juramento a quien será el ministro de Economía. Aun así, el país continuará sumido en la incertidumbre pues ha quedado claro que quien lleva las riendas del gobierno es Vladimir Cerrón.

Veremos si Pedro Francke obedece los dictados del dueño del partido que encumbró a Pedro Castillo o trabaja con profesionalismo. Si en algo flojean las filas cerronistas es justamente en intelectuales y especialistas con un mínimo de cacumen o trayectoria destacada en alguna rama del conocimiento, sin embargo, a su líder le encanta designar ministros y autoridades entre sus amigos.

Que a nadie le extrañe, entonces, este irresponsable y revelador retraso, pues no hace más que completar el retrato de un gobierno totalmente improvisado, pero con un objetivo definido: someter al Estado peruano al proyecto totalitario que el programa político de Perú Libre describe con detalle. Por lo pronto, ayer cayó la Bolsa de Lima, las acciones de las empresas peruanas que cotizan en mercados internacionales, saltó el dólar y el empresariado local comenzó a replegarse.

Sin ir muy lejos, la sola historia de cómo se fueron reclutando miembros de este gabinete, tras interminables idas y venidas, con sucesivas renuncias de por medio, recomposición de alianzas, convocatorias fallidas a presuntos independientes, enfrentamientos a voz alzada con el líder máximo –y desde luego no nos referimos al actual presidente del Perú– y demás tejemanejes rodeados de secretismo, han constituido la peor imagen posible con que un gobierno podía empezar su administración.

A no dudarlo, los mercados y capitales internacionales estarán tomando nota, con el consiguiente perjuicio para la economía nacional. Pero todo indica que el daño económico a la imagen del Perú que tan esforzadamente se logró construir a base de credibilidad, desde principios de este siglo, se extenderá asimismo a los fundamentos de nuestra democracia, más expuesta que nunca a las arremetidas de engendros ideológicos fugados de los basureros de la historia.