El rapero español Pablo Hasél fue arrestado. (Foto: AFP)
El rapero español Pablo Hasél fue arrestado. (Foto: AFP)

Barcelona y otras ciudades españolas se convirtieron en escenario de manifestaciones violentas y perturbación de la vida ciudadana, por causa del ingreso en prisión de un rapero. Todo ello, bajo el lema . Es curioso observar lo fácil que es mover a una masa bajo consignas llamativas, que detrás esconden la nada o simplemente el engaño.

La condena del rapero (su segunda o tercera) no se debe a que se le privara del derecho a expresar lo que quisiere. Era por recurrir a la incitación a la violencia, al odio, a la humillación, dirigidos a la Corona. La cárcel no suele ser la condena por este delito. Lo que pasa es que Hasél, el rapero, no es un delincuente primario. Ya lleva sobre sí varias condenas. Colmada la paciencia procesal, se dio orden de ingreso en prisión. Luz verde, acicateada por él, para el alboroto juvenil, las consignas hueras, y para el aprovechamiento de delincuentes que saquearon tiendas.

Con mi perspectiva de juez, de la que no es fácil librarme, a la visión de las imágenes bastante duras me preguntaba: ¿y contra quién dirigen esas marchas?, ¿contra los jueces?, ¿contra el rey?, ¿contra el presidente de gobierno?

La fuerza de la ley (dura lex) es esa. Ni los jueces pueden detener su eficacia. Y nadie puede obligar, ni el rey ni el presidente, al juez. Solo la ley. Pero no todo es negro y blanco. Esas marchas representan la expresión del desencanto juvenil. Del desamparo institucional que sienten. Del futuro que les estamos robando. La lástima es que un delincuente haya conseguido encender esas pasiones. Porque este árbol nos puede hacer perder la visión del bosque.

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