Imaginen ustedes un cuarto con algunos muebles sencillos. En alguno de ellos se esconde un muñeco, llamado Baby Shark. En otro ambiente, hemos hecho un modelo a escala, pequeñito, de lo anterior y nos llevamos a un niño —que ha sido testigo de dónde pusimos al famoso tiburón—, digamos dos años y medio o tres, y le decimos que debe encontrar en el cuartito a un Baby Sharkito. Si el niño tiene tres, va directamente al mueble donde debería encontrarse el muñeco, pero si tiene dos y medio, no.
No es un problema de memoria, ya que cuando los más chicos regresan al cuarto grande saben bien dónde encontrar a Baby Shark. Se trata de entender que algo representa a otra cosa, vale decir, simbolización. Es una habilidad muy importante, ya que nos permite manipular la realidad en nuestra cabeza y transmitir información, independientemente del tiempo y el espacio.
A los adultos nos parece evidente que una foto es distinta que aquello que representa, pero no es algo que viene inmediatamente: los más tiernos pueden tratar de “agarrar” la foto de una manzana. Esto ocurre hasta alrededor de los 9 meses, en Lima donde las fotografías son frecuentes, o en un rincón de la Amazonía, donde ello no ocurre.
No es que los bebés se confundan entre una foto y la realidad —si tienen que escoger entre la foto de un juguete y el juguete, escogen este último—, sino que sienten perplejidad frente a las fotos y las exploran. A los 18 meses las cosas cambian fundamentalmente y los niños señalan con el dedo las fotos, nombran al objeto que representan, pero no tratan de manipularlas. Por ejemplo, si creamos un objeto, le damos forma y le enseñamos al niño su nombre, usando una foto del mismo, el niño nos va a dar el objeto y no su representación cuando lo ponemos ante ambas. Ha alcanzado lo que se llama una doble representación: de aquello que representa y de lo representado.
Pero entre los 18 y los 30 meses todavía hay errores importantes, como cuando los niños intentan hacer con objetos en miniatura lo mismo que harían con sus contrapartes de tamaño normal: sentarse en una silla enana, por ejemplo.
¿Tienen alguna aplicación práctica estas investigaciones? Pues parece que sí. Aunque no le guste a los editores de libros para los más pequeños, estos aprenden más con imágenes tradicionales que con esos altorrelieves sofisticados que caracterizan algunos libros actuales; o que el lápiz y el papel son muchas veces más eficaces que la manipulación de bloques; o que el uso de muñecos con representaciones exactas de la anatomía humana, para determinar si hubo o no abuso sexual de niños menores de tres años, no sería tan útil como alguna vez se pensó.