(César Bueno/GEC)
(César Bueno/GEC)

Durante el fin de semana, El Comercio obtuvo la información de que tres colaboradores eficaces aseguraron que el presidente Vizcarra habría recibido un soborno por más de un millón de soles por parte del consorcio ICCGSA-Incot cuando era presidente regional de Moquegua.

Las acusaciones son graves y es imperativo que sean verificadas; sin embargo, sorprende que diversas personas que fungían de acusadores mediáticos contra políticos como García, Keiko o Kuczynski, y daban por hechos las palabras de un colaborador eficaz, hoy aseguran que no se les puede creer a tres colaboradores eficaces que acusan a Vizcarra; incluso, el mismo presidente aseguró que había intereses económicos que lo querían fuera del poder, y parece que no se refería a los millones de bolsillos de peruanos desempleados por las medidas draconianas tomadas por su gobierno, sino a empresas como Odebrecht. Pero resulta curioso que, cuando los acusados eran sus adversarios, el presidente decía estar indignado e incluso presentaba reformas “anticorrupción” al Congreso, pero ahora que es él el acusado, se victimiza y ataca a sus acusadores.

Los periodistas que cuestionan al presidente son criticados por sus defensores por no ser, según ellos, imparciales o respetuosos, pero hace unos meses, los vizcarristas aplaudían a esos mismos periodistas por dejar en ridículo a opositores del gobierno. O cuando protestaron contra Chávarry por apartar a los fiscales Vela y Pérez, pero cuando la fiscal de la Nación Ávalos apartó al equipo Lava Jato de las investigaciones que involucran a Vizcarra, ninguno de esos vizcarristas protestó, sino que critican al fiscal Juárez. Ellos son los que han aplaudido la judicialización de la política y la teatralización de la justicia; ellos son víctimas de su propia creación.