Las autoridades no se ponen de acuerdo sobre el bloqueo de celulares robados. (Foto: GEC)
Las autoridades no se ponen de acuerdo sobre el bloqueo de celulares robados. (Foto: GEC)

Cuentan que dos jóvenes monjes budistas discutían —casi llegan a los golpes— dónde estaba el movimiento, si en la ondeante bandera o en el viento. Un sabio maestro les respondió: “En ninguno, el movimiento está en sus mentes”.

Es verdad, nuestra mente es saltarina, turbulenta, ruidosa, amante de incursiones provenientes de exterior y del propio organismo, así como de las huellas del pasado. No sorprende que nos sea tan difícil meditar, profundizar un tema, orar en silencio, resolver un problema o llevar adelante una tarea. Siempre se cuelan deseos, ganas de mirar hacia una ventana, remembranzas, arrepentimientos y planes, cuando no música, cháchara e imágenes.

Pocos fueron tan conscientes del peligro de la distracción como los conductores de los monasterios alrededor del siglo V en el mundo cristiano. ¿Cómo hacer las cosas de manera concentrada? Renunciando al mundanal ruido para que no compita con lo esencial. Domando las necesidades corporales, restringiendo lo que las satisface. Moviéndose, manteniendo ocupadas las manos y el resto del cuerpo.

Hace 16 siglos la distracción ya era un problema. Mentes brillantes diseñaron técnicas —como las mencionadas, poco adaptadas a la modernidad— para combatirla. Y eso que no existían Instagram, Spotify, Facebook, Twitter, WhatsApp, incontables canales y emisoras, fuera de todo el movimiento de ciudades con 10 millones de habitantes y el bombardeo de imágenes y sonidos que nos llaman a desviar nuestra atención de miserables y aburridas tareas. ¿Qué podemos hacer nosotros?

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