La pobreza monetaria y multidimensional se complementan, pero no debemos olvidar que nuestro gran reto es dotarles a los peruanos más vulnerables las oportunidades para desarrollar las capacidades que requieren para situarse por encima del umbral de pobreza, como lo queramos medir (FOTO:GEC).
La pobreza monetaria y multidimensional se complementan, pero no debemos olvidar que nuestro gran reto es dotarles a los peruanos más vulnerables las oportunidades para desarrollar las capacidades que requieren para situarse por encima del umbral de pobreza, como lo queramos medir (FOTO:GEC).

Luego de que hace unas semanas el INEI mostrara que la pobreza monetaria había aumentado a 29% de la población en 2023, varios economistas comentaron que nos tomaría alrededor de veinte años regresar al 20% que tuvimos en 2019 si la economía crecía a un ritmo anual promedio de 3%. Un pronóstico bastante pesimista que Julio Velarde criticó, y con razón, ya que no se tomó en cuenta qué tan cerca o lejos están los pobres de la “línea de pobreza” para estimar el tiempo que demandará reducirla.

La pobreza monetaria mide el porcentaje poblacional cuyo nivel de gastos es inferior al mínimo requerido para satisfacer sus necesidades básicas (la línea de pobreza es 446 soles mensuales en el Perú). Cuando nos referimos a cambios en la pobreza monetaria debemos considerar su dispersión respecto a dicho umbral.

Siempre he pensado que, cuando nos vanagloriamos de haber reducido la pobreza, subestimamos el hecho de que muchos que no eran pobres estaban al borde de serlo. Ahora que ha aumentado, subestimamos a muchos pobres que podrían estar muy cerca de salir del umbral de la pobreza. Esto implica que con buenas políticas que promuevan la inversión y el empleo formal podríamos regresar al nivel de hace unos años en poco tiempo.

¿Qué es lo relevante al medir la pobreza? ¿Si los gastos exceden un monto que supuestamente cubre una canasta básica o si la persona tiene acceso a las oportunidades para lograr el bienestar, lo que incluye servicios fundamentales como educación y salud de calidad, agua y saneamiento, electricidad y conectividad? Esto último es lo que permite determinar la pobreza multidimensional concebida por las Naciones Unidas.

La tendencia en la pobreza monetaria es importante como referencia, ya que nos hace ver hacia donde está yendo el país, y claramente lo está haciendo en la dirección equivocada, pero poner mucho énfasis en ella no es tan importante como centrarse en la medición de los avances en los indicadores de pobreza multidimensional. Hay que reconocer que medirla es más difícil, ya que incluye hacer seguimiento a múltiples dimensiones e indicadores. En 2020 el BCRP estimó que el 37% de la población calificaba como pobre multidimensional mientras que hace un año Comex la estimó en 35.8%, en este caso medido como aquellos que carecen de al menos un servicio público que garantice una calidad de vida digna. En 2023 el INEI publicó también un informe de pobreza multidimensional que definió una metodología del cálculo y, a pesar de definirla y presentar una gran cantidad de información, no aterrizó el porcentaje de pobres multidimensionales en el país.

La pobreza monetaria y multidimensional se complementan, pero no debemos olvidar que nuestro gran reto es dotarles a los peruanos más vulnerables las oportunidades para desarrollar las capacidades que requieren para situarse por encima del umbral de pobreza, como lo queramos medir. La forma de hacerlo es generando más y mejores empleos y mejorando la calidad de los servicios públicos. No hay otro camino.

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