Palacio de Gobierno parece ejercer en sus inquilinos temporales una desbordada fascinación por dos temas particulares: la jamonada y la brujería.
Es tradicional que, acabando el año y bajo la extenuante banda sonora de Los Toribianitos, se haga público el reporte de gastos de alimentos de Palacio. Las cifras, siempre insultantes teniendo en cuenta la esmirriada olla popular, invariablemente generan malestar, así de esa cocina coman la presidenta y 400 personas más al servicio suyo y de sus relojes. En esa relación, de manera misteriosamente invariable, aparece siempre como protagonista la jamonada.
Análogamente, la vertiente hechicera ha capturado Palacio desde siempre. Hay registros de consultas espiritistas palaciegas llevadas a cabo por el secretario personal del presidente Remigio Morales Bermúdez durante su gobierno entre 1890 y 1894. Queda pendiente el nexo sobrenatural entre la jamonada y la brujería.
Fujimori consultaba por lo menos a tres brujas: Salomé Ibarguren, ‘Madame Carmelí’ y Rosita Chung. Tenía su propio curandero, el brasilero Joao Texeira, así como su astrólogo de cabecera, el argentino Héctor Faisal. Este era un militar dado de baja que, asalariado por el Servicio de Inteligencia, calumniaba a los adversarios del régimen bajo el camuflaje adivinatorio del ‘Profesor Herfais’. Su relación con los astros estaba determinada por 20,000 dólares mensuales que le pagaba otro militar dado de baja, el fantasmal Vladimiro Montesinos.
Martín Vizcarra tenía consultas privadas en Palacio con Hayimi, el vidente que hablaba con los muertos por televisión. En dichas sesiones, el espiritista solía llevar sables y demás artefactos puntiagudos con el fin de acceder a los rincones más recónditos del alma del susodicho.
En el gobierno de Pedro Castillo, chamanes empezaron a visitar la PCM bajo la coartada intercultural. El maestro curandero Teo Berrú se atribuye haberle advertido a la compañera de plancha de Castillo, tras intensas jornadas de pasadas de cuy y huevo, la tormenta que se le avecinaba. Dice que Boluarte no lo escuchó.
En medio de este diluvio autoinducido, el periodista que dio con la pista de los Rolex, Ernesto Cabral, ha develado un detalle sobre la superficialidad relojera presidencial: el día que la Policía Especial allanó Palacio en busca de evidencias encontró un extraño muñeco en la cartera de la primera mandataria. En los pies, en vez de dedos, “tenía caras humanas”. Un muñeco vudú.
El uso del vudú tiene un doble atributo: bien puede utilizarse para hacerle daño a alguien, bien puede fungir de vehículo para coaccionar un interés romántico.
En el primer caso, ya es cultura general saber del uso de alfileres. En el segundo, el muñeco se pone bajo la propia almohada. Así, la persona convocada va cayendo en irresistible enamoramiento hacia quien la sueña noche a noche.
No se conoce foto del muñeco vudú de la señora presidenta, pero cotejando la versión difundida con un testigo de los hechos, la fuente confirma que se le encontró un muñeco vudú a la presidenta. Agregó algo más.
Las caras que tenía el muñeco en los pies eran fotografías. Trascendieron los nombres de cinco de los ahí retratados: Alberto Otárola, Vladimir Cerrón, Pedro Castillo, Harvey Colchado y Mariano González.
La señora presidenta ya es un margen de error del margen de error. Lo más fácil sería sumarse al cargamontón y atribuirle maldad y malos deseos hacia los personajes referidos en el muñeco. No haremos eso.
Dándole el beneficio de la duda, vamos a creer que lo que ella ha estado haciendo ha sido buscar un atajo sobrenatural para ganarse el afecto de los susodichos. Lo que el mundo necesita es amor. La señora Dina lo sabe.
Si ese fuera el caso, y así queremos creerlo, tal vez el muñeco vudú bajo la almohada no sea el mecanismo más eficiente para lograr el propósito. En el rubro de forzar simpatías nada es más poderoso que el agua de calzón.
Su preparación es bastante sencilla. Luego de usar la prenda todo el día, digamos inaugurando caños, dando discursos equívocos, a esta se le da un punto de hervor a fuego medio agregando a la olla los nombres escritos sobre papel de aquellos a los que se quiere afectar.
Luego, la prenda se retira junto con los nombres y se guardan juntos en un recipiente de vidrio, dando curso libre a la fermentación, amalgama que consolida el amarre.
El agua resultante, una vez fría, se endulza con una pizca de miel o azúcar morena. El agua de calzón ya está lista. Solo se requiere de tacto y sentido de oportunidad para hacérsela ingerir a los destinatarios elegidos. Se puede ofrecer, por decir algo, acompañada de jamonada, para observar los cánones.
A esos diez valientes que desde el día de hoy la pensarán dos veces frente a cada vaso de agua que tengan por delante solo cabe decirles dos cosas:
Salud y buena suerte.