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Redacción PERÚ21

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Ariel Segal,Opina.21 arielsegal@hotmail.com

Dilma Rousseff está avisada de que durante el Mundial de Fútbol habrá protestas por el exagerado gasto que se hizo para realizar ese evento mientras muchos sectores de la población pasan grandes necesidades. Lo sabe porque ya hubo multitudinarias manifestaciones durante la Copa Confederaciones de 2012 y porque ya se ha anunciado que los indignados brasileños se preparan para tomar calles en junio.

Dilma sabe que debe garantizar la seguridad de personalidades importantes y populares durante el Mundial, y, como sabe que la violencia y la criminalidad aumentan cuando hay un evento importante que atrae a muchos turistas, la presidenta brasileña ha ordenado que la policía realice redadas en barrios muy pobres de las grandes ciudades del país, en especial, en la muy peligrosa y violenta favela cercana al aeropuerto de Río de Janeiro, Vila Cruzeiro, dominada por narcotraficantes y mafias.

Dilma sabe que en 1997, cuando Juan Pablo II visitó Brasil, el gobierno de Fernando Cardoso fue criticado por el excesivo uso de la fuerza de la BOPE –la fuerza militar de élite que apoya a la policía– en la favela del Morro do Turano, puesto que el Sumo Pontífice se alojó en un lugar cercano. Sin embargo, Dilma sabe que no habrá mayores críticas esta vez porque, a medida que aumenta la violencia de los criminales, hay más permisibilidad, por parte de la opinión pública, para que las autoridades los maltraten o, incluso, incurran en actos de venganza.

Y Dilma sabe, sobre todo, que no debe criticar a Maduro y los Castro, porque, de hacerlo, durante el Mundial se aunaran a las protestas extremistas vinculados a los grupos que adoran a los dictadores de izquierda del continente: el Foro de Sao Paulo, los Sin Tierra, etc.

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