Hace un año, la periodista Anne Applebaum publicó un excelente artículo con el título “Los malos están ganando”. En él, argumentaba que por primera vez en décadas la democracia estaba retrocediendo y el autoritarismo avanzaba. Se había consolidado una red de dictadores, desde Rusia hasta China (pasando por Irán), que promovía la autocracia a nivel global con un pequeño manual de operaciones: deslegitimiza a la prensa, siembra desinformación y propaganda, victimízate al extremo y anuncia que el verdadero enemigo está dentro de tu país.
Así, Putin y Xi Jinping veían su poder seguro y otros líderes, supuestamente democráticos, como Trump, Bolsonaro y Erdogan, coqueteaban con sus ideas. En Perú, Castillo también parece haber leído el manual: cada vez más despectivo hacia los periodistas, más propenso a teorías de conspiración que dividen al país y a hacerse la eterna víctima.
Pero esta narrativa se está corrigiendo. Parafraseando al periodista Derek Thompson, el 2022 ha sido terrible para los dictadores. En China, luego de celebrar la mano dura del Partido Comunista con la pandemia, la gente está empezando a protestar abiertamente, llevando al extremo las tácticas de supresión. Que Xi no cambie de estrategia ni se atreva a importar vacunas extranjeras habla más de su fragilidad que de su poderío.
En Rusia, Putin, con su innecesaria guerra, ha fortalecido a sus enemigos, aislado su economía, generado un éxodo masivo de jóvenes y arrastrado la imagen de su país por los suelos. En Irán, la muerte de una joven a manos de policías por no usar el velo correctamente ha causado una persistente ola de protestas en todo el país.
Estos eventos no significan que estos regímenes vayan a caer. Pero sí ilustran los peligros de glorificar a los autócratas. El sistema democrático es frustrante, imperfecto y corrupto (como bien sabemos todos los peruanos), pero, cuando las papas realmente queman, prefiero una democracia ineficiente que una dictadura eficiente.