Antes y después del terremoto

Cada vez que hay un terremoto en Chile nos ponemos especialmente paranoicos.
notitle

Sandro Venturo Schultz,Sumas y restasSociólogo y comunicador

Cada vez que hay un terremoto en Chile nos ponemos especialmente paranoicos. Tocamos madera para que no suceda lo mismo por estas tierras, como si la buena suerte nos librara de vivir en una zona sísmica. Y entonces nos acordamos de la mochila de emergencia, del desgano de nuestros compañeros durante el último simulacro y de esa indicación de las compañías telefónicas que nadie espera cumplir. Una semana después, volvemos a la irresistible rutina y los temores se disipan hasta la próxima noticia que venga con una cifra Richter.

Pero algo deberíamos tener bien en cuenta. El próximo movimiento sísmico no será más destructivo que nuestra irreprochable desorganización social y política. Nuestro estructural desarreglo nos hace más vulnerables antes y después del sismo. Antes, porque la prevención y el cumplimento de las leyes son deficientes. Después, porque nuestra capacidad de respuesta es probadamente negligente (Pisco, La Parada, Bagua, las heladas de Puno, etc.).

Existen sólidos análisis acerca de esta vulnerabilidad, como las simulaciones de los escenarios de desastre de Defensa Civil, la descripción de suelos del profesor Julio Kuroiwa, los estudios de Ronald Woodman y Hernando Tavera del Instituto Geofísico del Perú, entre otros aportes imprescindibles. Se trata de información y conocimiento que están disponibles para las autoridades que quieran aprovecharlos para cumplir con sus obligaciones.

Pero los ciudadanos legos en esta materia también contamos con el sentido común que señala obviedades incuestionables. Si el tráfico de Lima es regularmente fatal, podemos esperar que sea peor después del sismo. También podemos esperar algo semejante de los hospitales que no se dan abasto de lunes a viernes, del precario sistema de seguridad ciudadana, de las entidades encargadas –PCM, INDECI y la Marina– que ofrecen indicaciones desalineadas, y de las municipalidades y los ministerios que conviven descoordinados entre sí.

El próximo terremoto nos recordará que el nuestro es un Estado con poca autoridad y una débil gestión social, pero sobre todo revelará lo relajados que somos los peruanos con nuestras deficiencias cotidianas. Nos enseñará que no basta con encontrar la salida más segura en el trabajo o en el hogar, que lo que está en juego es nuestra capacidad para responder colectivamente por los nuestros y nuestros conciudadanos. Ciertamente habrá cadenas de solidaridad y cada quien tendrá la oportunidad de poner el hombro para evitar más derrumbes. Ojalá no todo sea tan malo. Aunque se tratará de un escenario futbolístico: la solidaridad minimizando la negligencia vecinal, la buena voluntad mitigando al descuido institucional.

Mientras tanto ensayemos cómo le echaremos la culpa a quien corresponda. En eso nunca fallamos.

Tags Relacionados:

Más en Opinión

Los libros imposibles

¿Cómo se relacionan crecimiento y bienestar?

El quinto: no matarás

El valor de un fiscalizador independiente

Golpe y paz

“Lecciones desde Bolivia”

Siguiente artículo