Martin Vizcarra dando el mensaje a la nación el 16 de septiembre del 2018 donde anunció la Cuestión de confianza (Foto: Presidencia Perú)
Martin Vizcarra dando el mensaje a la nación el 16 de septiembre del 2018 donde anunció la Cuestión de confianza (Foto: Presidencia Perú)

La cuestión de confianza otorgada por el Congreso al Ejecutivo marca el inicio de una nueva etapa en la relación entre ambos poderes, y también en las expectativas ciudadanas que a partir de ella se empiezan a generar.

Por un lado, el presidente Vizcarra sale fortalecido. La sensación es que esta vez le ha podido torcer la mano a la mayoría fujimorista consiguiendo que las reformas se debatan con celeridad y prolongando su luna de miel con la ciudadanía, que hasta antes del 28 de julio lo percibía como un rehén de FP.

Los retos de Vizcarra son varios y complejos. Tiene que lograr que sus propuestas sean aprobadas en los plazos expuestos para someterlas a referéndum el 9 de diciembre. Luego, demostrar que eran necesarias y urgentes. Finalmente, retomar la agenda sobre la que hoy se ha desviado la atención, y que comprende, además de la lucha contra la corrupción, problemas endémicos como la baja calidad de los servicios públicos, el sostenimiento del crecimiento económico, la generación de empleo, la disminución de la pobreza y la desigualdad, y la inseguridad ciudadana. Pasada la ola de las reformas y la puja con el fujimorismo, tendrá que demostrarle al país que no hizo populismo y que es el gerente que necesitamos en Palacio.

Por su parte, la oposición, aun cuando es evidente que ha perdido una batalla, podría capitalizar la situación para reinventarse. ¿Cómo? Honrando sus compromisos, facilitando el camino a la consulta popular. Empezaría así a quitarse la etiqueta de obstruccionista y a recuperar espacio para la crítica constructiva. Para ello es indispensable dejar de lado el blindaje y ese mal comprendido espíritu de cuerpo. De no hacerlo, se estará condenando sola a la extinción.