La presidenta Dina Boluarte ha decidido perseverar en su afición por los vuelos internacionales. El Congreso de la República aprobó este nuevo periplo el lunes mismo, aunque hubo 42 legisladores remisos que se resistieron a otorgárselo, esgrimiendo una variopinta gama de argumentaciones.

Su ausencia durará cuatro largos días. El pretex… perdón, el objetivo que alega para justificar este viaje es la cumbre inaugural de líderes de la Alianza de las Américas para la Prosperidad Económica (APEP). Suponemos que algo significará para el país su asistencia a tan magno evento.

Se ha hablado también de una visita a la Casa Blanca, aunque no son pocos quienes se preguntan, dados los antecedentes de su encuentro con el papa Bergoglio, si la cita es solo para tomarse una fotografía protocolar.

Lo que sí es indudablemente cierto es que la ciudadanía no le encuentra sentido a tanto viajecito, pues la sensación general es que se le necesita en Palacio resolviendo los problemas que agobian actualmente al país. En la encuesta de Ipsos que Perú21 publica en esta edición las cifras son más que contundentes: el 80% de peruanos encuestados desaprueba la gestión de la presidenta.

Puede que los viajes sean solo un síntoma y no quid de la cuestión, pero la imagen de una mandataria viajera no solo regala argumentos fáciles, casi baladíes, a los enemigos de la democracia: transmite además un peligroso mensaje de desapego con los problemas cruciales, perentorios, que aquejan a la nación.

Ahí vemos la errática estrategia contra el crimen, dando tumbos más que resultados fiables, o la ausencia de un plan riguroso, creíble, para sacar al Perú del atolladero económico en que se encuentra. En términos de política interna, las denuncias contra el premier están ahí, flotando en el aire, mientras que el Estado continúa sin responder al asomo senderista en Trujillo, con niños de un jardín de infancia nada menos, confirmando que la educación –ya no únicamente escolar: la nueva Sunedu está resucitando a las universidades bamba– es lo que menos le interesa tanto al Gobierno como al Congreso.

No es, pues un clima favorable para realizar periplos presidenciales hacia eventos que, si bien importantes, son percibidos por los peruanos como si estuvieran a años luz de los problemas reales que ellos afrontan cada día.


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