Antes de la pandemia, a pesar de algunos esfuerzos singulares, la descentralización realmente existente ha mostrado sus limitaciones e ineficiencia. Los gobiernos y alcaldías cobijan una lucha entre grupos de poder de la zona. La política real está copada por expertos en todo lo necesario para controlar a los ganadores de las elecciones regionales y municipales. En realidad, se ha convertido, encubierta en siglas y símbolos, en un rentable negocio.

Si los sectores de Salud y Educación eran relegados en el presupuesto del país, en el interior, además, eran el terreno fácil para la corrupción y negociación de puestos entre los que daban más y los incondicionales de siempre. Cuando se tarda en la distribución del dinero de ayuda, en bonos y canastas dados por el gobierno, fracasa el rol de las municipalidades de la región, particularmente las distritales.

Actualmente se hacen esfuerzos de coordinación entre regiones cercanas para inversiones conjuntas que satisfagan necesidades compartidas. Pero el espíritu de “capilla propia” supervive, y en algunos casos se fortalece.

La lucha contra el coronavirus en el interior del país sufre de falta de médicos especialistas y de hospitales con los recursos necesarios. En los distritos rurales de las provincias alejadas de la capital de la región, los infectados pueden fallecer sin análisis o atención médica alguna. Por eso tiene problemas la información consolidada en el país. El INEI no tiene la data necesaria en estos lugares, por las constantes migraciones y la repercusión económico-social que esto conlleva. Se debe reformar el Ceplan, fortalecerlo y convertirlo en un importante organismo de verdadera planificación del desarrollo. Y darle un asiento en el gabinete.