Jorge Muñoz y Castañeda sostuvieron una reunión privada. (Renzo Salazar / Perú21)
Jorge Muñoz y Castañeda sostuvieron una reunión privada. (Renzo Salazar / Perú21)

La campaña municipal más insulsa de estos tiempos se fue tan rápido como llegó, pero haríamos mal en dejarla escapar tan rápido. Hemos caído en el error de pensar que lo municipal es una tercera categoría de la política nacional. Omitimos lo gravitante que es la capital para el país y el impacto que una mala administración edil puede tener.

En su columna dominical, Richard Webb, una de las mentes liberales que mayor información de calidad ha producido en estos tiempos, comentó que “más que el mercurio, el oro, el guano, el caucho, el algodón, la anchoveta o el cobre, el motor principal del desarrollo del Perú ha sido Lima”. “Lima alberga a un tercio de la población y la ciudad produce casi la mitad del PBI nacional, superando largamente la producción de la minería o de la agricultura”.

La principal razón de esa productividad proviene de la concentración de gente y del centralismo en el que vivimos. Evidentemente, no es que los limeños seamos más inteligentes o capaces, sino que Lima centraliza trabajo y gente: la densidad y aglomeración permiten mayor interacción a menor costo. Esa, sin embargo, es solo una cara de la moneda, pues esa interacción es también motor de desigualdades, catalizadas por la ausencia absoluta del Estado y por una estructura municipal que se cae a pedazos. Lima concentra las riquezas económicas más grandes y también la mayor cantidad de pobres del país.

La principal tarea de Muñoz es, por eso, integrar soluciones a los asuntos inmediatos que acosan a los limeños, pero con una mirada de largo plazo que aborde esa compleja realidad. De nada nos sirve un alcalde que maquille plazas y avenidas si los problemas estructurales se mantienen igual. El alcalde de Lima tiene más de político y planificador que de administrador y constructor.