Setenta de cada 100 peruanos van por fuera del Estado, no tributan, no pagan multas, no hacen declaraciones, no reciben inspecciones, no tienen reglamentos internos, no siguen ni cumplen reglas y –como para estimular todas esas negaciones y mil más– la administración del Estado viene fiscalizando, hasta el hartazgo y la masacre, solo a las personas que tienen “registradas” y en algunos casos, como el de Osinergmin, descolgando su “no fiscalizamos a informales”. Nos dejan atónitos, respondiendo como un grito: “Estamos derrotados hace tiempo, acá tienen nuestra rendición incondicional” y haciendo sentido –subconsciente– que el presidente se haya declarado jefe de Gobierno y no del Estado. Por favor, que el último apague la luz.
Eso, por un lado, pero por otro, nuestro populismo engorda al Estado a mansalva con planillas de personas no capaces, puestos sin razón y de favor, multiplicación de rutinas sin sentido y abundantes costos e ineficiencias. Sí, lo han venido haciendo como las erosiones, desde hace años, norma a norma, regla a regla, requisito por requisito y desaliento sobre desaliento. Nos dejan un Estado de burócratas que es de nadie, que hace retroceder a personas libres, a la promoción de las empresas, al orden espontáneo y al estímulo por la creación y producción de riqueza.
Pero, ¿es realmente malo un 70% de Perú libre? ¿No son ellos los que hacen retroceder al Estado? ¿No pertenecerá a ellos la transformación libertaria de propiedad privada que edifique un Estado mínimo, ágil y solo presente en lo genuinamente público? Hay quienes creen que no debe haber Estado porque pertenece al maligno y es el padre de todos los males. Así nos lo están haciendo sentir día a día.